Ponzán, Miravé, la memoria y la democracia

08 de Diciembre de 2023
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Una de las grandes taras que, en mi humilde opinión, debilitan las leyes de memoria democrática -incluida la que ahora se deroga en Aragón- es la carencia de matices, de equidistancia y, lo que es más grave, de contextualización histórica con la que evitar generalizaciones y actuaciones hiperbólicas, especialmente en las condenas, porque particularmente todos los resarcimientos en justicia me parecen correctos.

En Huesca estamos viviendo en los últimos meses situaciones peculiares al respecto de la aplicación de una normativa que partía, además, con el más grave defecto cuando de juzgar el pasado se trata: la falta de consenso. Las leyes de memoria democrática estatal y aragonesa se basaron más en una vocación doctrinal que en una verdadera voluntad de establecer las bases para el reconocimiento de las aberraciones que se cometieron en la guerra fratricida y su entorno temporal, y que en un intento coherente de profundización en la reconciliación que sí concibieron como foco principal los protagonistas de la Transición. De hecho, la balanza entre los bandos es sospechosamente inclinada hacia un lado y se desoyen las escasas demandas que emergen del llamado "vencedor". Incluso de algunas víctimas que lo fueron por circunstancias que no tenían que ver con la política hace casi ocho décadas, sino más bien con rencillas de los delatores.

Nuestra ciudad ha visto cómo, en aplicación de la ley, han debido ser cambiados escudos y, con ellos, elementos identificativos importantes como los de las faldas de la peana de San Lorenzo (costosísimas), el Teatro Olimpia, la Sociedad Deportiva Huesca o la Peña La Parrilla. Y, sin embargo, en la memoria de la historia, aquella triple leyenda permanece. Parto del hecho de que las leyes han de cumplirse, y añado que también están para ser cambiadas, como sucede ahora, aunque lo ideal es que los representantes de la mayoría sean capaces de mirar largo y profundo para evitar estos vaivenes.

Ahora, está sobre la mesa consistorial el reconocimiento como Hijo Adoptivo de Francisco Ponzán, propuesto por el Grupo Municipal Socialista que, por cierto, argumentó muy bien su iniciativa, por más que alguien pueda pensar que tuvo sus ocho años de gobierno para haberlo hecho, pero esa es una cuestión que no viene al caso más que para la libertad de opinión que es sagrada.

Mientras se sustancia el expediente en torno a la figura de Ponzán, que supongo tendrá sus pros y sus contras y de imperar los primeros habrá de prosperar precisamente en tributo a la memoria (en caso contrario, obviamente no), sobre exalcaldes de Huesca como Emilio Miravé o Mariano Ponz Piedrafita, y sobre sus descendientes, pende la amenaza judicial de la retirada de las calles en la ciudad.

Si sobre Ponzán hay desconocimiento generalizado (mío, por supuesto), sobre servidores públicos como Miravé o Ponz no cabe duda alguna de las importantes realizaciones en sus mandatos. Del primero es reconocible el modelo festivo que todavía perdura -si alguien tiene dudas, se las aclaro gracias al libro "Compromiso con Huesca" que tuve el honor de escribir- y del segundo, además de transformaciones urbanísticas, el hermanamiento con Tarbes, la nueva sede de la Cámara de Comercio y la llegada de algunas empresas muy emblemáticas.

Todo ese trabajo se sustanció en tiempos de dificultades, de restricciones, de falta de libertades, en la que no sólo alcaldes, sino todos los ciudadanos que vivían en España se planteaban trabajar por su país y por sus ciudades venciendo las rígidas normas de una dictadura. Así pudo avanzar esta nación para que los derechos llegaran en 1975 sin que imperara una pobreza extrema.

Y, aun con esa esclerosis institucional obligada y de no pocas incomprensiones, eran capaces de ir a Pamplona y tomar nota de las mejores fiestas del mundo para adaptarlas e interpretarlas -hasta sus costumbres poco castas-, o de cruzar la cordillera pirenaica, que entonces era mucho más barrera, y arriesgar su propia integridad y su puesto (¿cuántos lo harían ahora?) para estrechar lazos con un consistorio democrático como era el de monsieur Boyrie. Negar ese valor y esos valores es como pretender que Conchita Velasco forjó su prestigio y reputación con la anuencia de los prebostes de la oprobiosa, tan difícilmente discutible como su talento y su libertad de pensamiento, como la que tenían Miravé, Ponz, Ricardo del Arco o Campo.

Contexto, apertura de miras y comprensión. Menos sectarismo, más hemeroteca. Que sacar los colores no es patrimonio de una bandería.

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