Preparemos un post laurentis

17 de Agosto de 2022
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Incluso en el desierto hay oportunidades. Lo que ocurre es que hay que fijar muy bien la mirada, colocando la mano a modo de visera, para descubrirlas. En ocasiones están en el cielo. En esa obra simbólica y hasta onírica de El Alquimista de Paulo Coelho, el pastor Santiago acaba guiándose por el vuelo de los gavilanes. Es probable que fuera real. Y también que sólo una ensoñación. Y, sin embargo, para escribir la Leyenda Personal y aprehender El Alma del Mundo, para eludir los peligros, la observación y hasta una cierta fe en lo que no es visible resulta imprescindible.

Treinta y siete años llevo viviendo la travesía del desierto poslaurentina. Así le llamábamos en mi anterior casa, sobre todo cuando estaba impregnada del ingenio que otorga el humanismo. La noche del 15, más allá de la traca, era la de la metralla. Conocida la querencia municipal a tomar el vuelo ya de madrugada para sus destinos vacacionales, los periodistas lanzábamos ráfagas de preguntas a los ediles para ir dosificando los días siguientes. Incluso, en aquel periodismo de cara y ojos, de gente decentemente pagada y mínimamente asentada, había acuerdos para establecer las salidas de cada noticia en el calendario. Eran largas las dos semanas. Eternas. No había móviles ni los políticos estaban tan profesionalizados (lo cual no significa que fueran peores, ¡válgame Dios!). Fluía todo cadencioso. Sin fin. Tan sólo aliviaba la sequía informativa Ferma en las comarcas, los pueblos en fiestas (cuando hacíamos una agenda en la que aparecían todos, sin el mercantilismo actual de "o pagas o no apareces" que es una mezquindad deontológica) y alguna catástrofe que siempre auxiliaba a las menguadas redacciones: incendios o desastres sobrevenidos.

La leyenda de moda era "cerrado por vacaciones". La quincena invisible. Tomar un café era una odisea. Comer en un restaurante una quimera. Las calles vacías, los andares cansinos. Los calendarios se iban borrando de día en día, como antaño en la mili hasta que te daban la cartilla de "lili" (licenciado en el argot amateur castrense). Inauguración de Ferma, cuarenta y tantos grados, pero al fin algo que llevarse a la boca. Y, cuando abrazábamos el día 30, expectación. A los recién llegados les recibía la ciudad y los medios de comunicación con pancartas al estilo de "Bienvenido Mr. Marshall", mientras los desgraciados preparábamos las sonrisas para irnos china chana a la playa con los hijos y, en su caso, los abuelos. El flotador y las botellas de agua para el camino. Alguna que otra naranja y las ganas de llegar al parador de Teruel para comer un bocata de jamón.

El mundo ha cambiado. Entre los chinos y las franquicias. Sostiene el amigo Miguel Ángel Almodóvar que los chinos han salvado los callos y la verbena de la Paloma en Madrid. Y yo agrego que las franquicias han abierto tanto las tiendas que hemos desacralizado ya las fiestas de guardar. Sin ir más lejos, caminaba animosa el día 15 la Ofrenda de Flores y Frutos y las puertas de una tienda con un 70 % de últimas rebajas se abrían a la concurrencia.

Y, sin embargo, no hemos aprendido porque escogemos el camino fácil. Ese que hace que en quince días se organicen todos los actos que caben y algunos más, hasta atropellándose, en prelaurentis y laurentis. Lo difícil, lo original, lo meritorio, sería preparar una bonita programación para los desertizados, que cada vez somos más porque las salidas vacacionales vuelven a acortarse paralelamente al estiramiento de precios de la luz o del condumio. Y quizás no sepan los paniaguados acríticos de los palacios y de otras órdenes que un buen dietario cultural quizás fuese ahora un oasis concurrido en la estepa de los valientes. Los sufridos que sostienen el ritmo de las ciudades. Preparemos un post laurentis.

 

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