Pulseras antimaltrato: "Una incidencia técnica", y lo dicen sin pudor

La nueva polémica ha desnudado la horda de incompetentes, y no sólo gobernantes, que rige desde hace años las políticas contra la violencia de género

25 de Septiembre de 2025
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No puede llegar a tradición pero sí empieza a ser costumbre. Definitivamente, se ha instalado la mediocracia (término acuñado por Alain Deneault en su libro cuyo subtítulo es "cuando los mediocres llegan al poder") y el gran riesgo es el contagio que el de Quebec aventura hacia las capas más amplias de la sociedad.

En España, nos servían nuestros aforismos. Manolete, Manolete, si no sabes torear, ¿a qué te metes? A las personas que se conducen en la vida con honradez intelectual (quiero pensar sin pretenciosidad que soy uno de los que lo intentan) nos impone penetrar en determinados campos que desconocemos. Es ese freno de la incertidumbre que requiere, para soltarlo, un punto de estudio, varios de observación y mucho de práctica hasta alcanzar un cierto nivel.

Puede ser cierto, o no, que gozamos/sufrimos (por aquello de la polarización) el gobierno más feminista de la historia. Puede ser arrogancia -a mí me lo parece- o autoestima -evidente- que a algunos les parecerá objetiva y a otros hiperbólica. Pero lo que es obvio es que al frente de las políticas, en los últimos años se han acumulado con poder una tribu de ignorantas, ignorantes e ignorantos cuyo espacio no debiera tener repercusión en la vida de los ciudadanos y cuya responsabilidad es tremenda y, sin embargo, ignorada por los propios.

Tal aseveración se cimienta en la evidencia estadística de que la ley del "sólo sí es sí" ha tenido unas contraindicaciones terribles en forma de excarcelaciones y acortamientos de condenas de violadores y otras patuleas de gentuza adicta a la violencia de género. Quizás no era la intención, pero sí el resultado. Y ahora se ha sumado la indecencia de las pulseras antimaltrato que la ministra de la cosa ha definido como "una incidencia técnica", mismo término que hace unos días utilizó la portavoz gubernamental.

Para ajustar el lenguaje -también en tal materia existe una incompetencia manifiesta en los espacios de la vida pública- a la realidad, pongamos el vocablo en la Real Academia de la Lengua: Acontecimiento que sobreviene en el curso de un asunto o negocio y tiene con él alguna conexión.

Cada vez más, escucho en boca de responsables con irresponsabilidad el término "incidencia" como cortada ideal para evitar otros más adecuados como delito, indecencia, agresión o guarrada. Se está erigiendo en una palabra guay para evitar la precisión en nuestro querido idioma, tan certero para la expresión de bellezas como para la descripción de vilezas.

Esa incidencia, aun creyendo (que es cuestión de fe) la aminoración de sus consecuencias hasta el 1 % de las mujeres afectadas, ha podido generar incomodidad, miedo y pánico a cientos de personas que quizás estadísticamente -otro pretexto que enmascara la cruda realidad- puedan parecer poco significativas, que padecen por culpa de la miseria de cicatear en algo tan sustantivo una inseguridad que el Estado tiene obligación de reconvertir en tranquilidad y certeza.

Devaluar las amenazas, desproteger a las víctimas, ampliar las secuelas injustamente a los alejados por una mala aplicación (que las ha habido), actuar sin cálculo de los perjuicios constituyen elementos de juicio suficientes como para afear, reprobar o cesar (cada cual escoja la consecuencia) a la ministra de turno y depurar responsabilidades en su entorno político y técnico. Accedieron a los cargos sin ninguna esperanza de abrazar la mínima idoneidad. Y han derrochado en fuegos de artificio dejando lo sustantivo al albur del azar.

Me avengo a concluir esta consideración con un mínimo fragmento de Alain Deneault y verán cómo lo identifican con las escenas cortesanas de hoy: "Siéntase cómodo al ocultar sus defectos tras una actitud de normalidad; afirme siempre ser pragmático y esté siempre dispuesto a mejorar, pues la mediocridad no acusa ni la incapacidad ni la incompetencia". Y, como extra y en la misma publicación, una delicia del austríaco Robert Musil: "Si la estupidez no se asemejase perfectamente al progreso, el ingenio, la esperanza y la mejoría, nadie querría ser estúpido". Queda dicho.

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