El relativismo, la decadencia de una (in)cultura

07 de Agosto de 2023
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Vivimos en una aberrante corriente de relativismo. Sócrates aludía a este término como la tesis filosófica según la cual existen tantas verdades como seres cognoscentes crean estar en la verdad. Incluso Nietzsche, cuyos vaivenes teóricos no empecen para su lucidez hasta que cayó en locura, negaba la existencia de un sistema moral universal válido para todos.

Tomar algunas de estas referencias para trasladarlas a cuestiones que son obviamente de dogma para la ciencia ética representa uno de los mayores peligros para la humanidad. Leo atónico el caso de Daniel Sancho y su presunto y confeso asesinato de un cirujano colombiano. Tras la estupefacción del primer instante, todo se ha rodeado de búsqueda de explicaciones que, en realidad, rozan la justificación. Que si le asediaba, que si le absorbía. Y, sobre estos pretextos, se erige un edificio relativista en la que los valores quedan absolutamente ausentes. ¿Un asesinato no es, en sí mismo, algo abominable, aberrante, condenable, sin entrar en más consideraciones, ni atenuantes ni agravantes?

Nuestra civilización se desmorona en esta confusión por la que todo tiene su porqué, aunque sea reprobable sin fisuras un acto violento, que lo es cuando lo es y no dependiendo de nuestras simpatías o de nuestra capacidad de comprensión. Bajo ese mismo prisma, se justificaban en el País Vasco muchos atentados bajo la terrorífica insinuación de "algo habrá hecho" o pregunta "qué habrá hecho". Sobre la misma perspectiva, muchas barbaridades de violencia de género inquieren qué habrá sucedido en el fondo para llegar a ese extremo. Bajo la misma visión, obviamos lo que sucedió en Cataluña en octubre del 2017, delitos sobre delitos.

Cuando se hace esta pregunta, damos pábulo a un sometimiento de las verdades incontrovertibles a nuestra conveniencia. ¿Qué ocurre si ahora el gobierno está en manos de Puigdemont, casi seis años de prófugo tras un auténtico intento de golpe de estado (lo fue porque quiso vulnerar la dimensión del país desgajándole una parte de su arraigada geografía), o de Otegi cuyo historial está bañado en sangre, o de la recogida característica de nueces del PNV? ¿A quién importan las vulneraciones de Derechos Humanos en Marruecos, el Rusia o las ilegalidades más que supuestas de Donald Trump? El rey alauita, Putin o el multimillonario tienen amplias posibilidades de proseguir sus mandatos en el magma de las vergüenzas mundiales.

No nos hemos educado en el valor de la verdad. En el de la valentía frente a la conculcación de derechos. En el de la búsqueda de las virtudes que no admiten sino la defensa sin subterfugios ni engaños. Y se lo dice alguien que, en el aislamiento de su segundo covic, apenas consigue hilar las palabras y sólo se ha lanzado a escribirlas indignado por el caso del relativismo destructivo del caso de Daniel Sancho.

 

 

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