Renfe, Táboas, las sensaciones y el desequilibrio

La falta de respeto a la inteligencia de los administrados

25 de Julio de 2022
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Protesta en defensa del tren en el Alto Aragón. Una comunicación contra el desequilibrio. FOTOGRAFÍA: RAÚL RIVARÉS
Protesta en defensa del tren en el Alto Aragón. Una comunicación contra el desequilibrio. FOTOGRAFÍA: RAÚL RIVARÉS

 

Si no fuera porque el aforismo "mal de muchos, consuelo de tontos" esconde una costra de mezquindad en el corazón, los aragoneses podríamos perfectamente vernos reconfortados por el flamante e incluso flamígero estreno de la Alta Velocidad a Extremadura, que ha convertido los vagones de la oficialidad representativa en un camarote de los hermanos Marx en el que se interpreta una ópera bufa. Viene a resultar que, en los tiempos en los que el AVE supera los 300 por hora, en que en Japón han hecho pruebas a casi 400 y el "hyperloop" de Branson en Antequera ensaya superar los 1.200 kilómetros en sesenta minutos, ese dueto estratosférico que es Renfe y Adif han logrado que la media entre Cáceres y Badajoz haya sido de 89 por hora. Más parece un Ave María o un avetoro con su andar deliberadamente lento que un real tren rápido.

Dentro del cruce de acusaciones, del enfado hercúleo del presidente extremeño y del escondrijo del cuello de los responsables gubernamentales, una de las declaraciones más sorprendentes ha sido la de Isaías Táboas. Escucho en un informativo de televisión que asegura que todo se normalizará. Que, en realidad, son sensaciones. Sin inmutarse. Sensaciones. Un escalofrío: a 89 por hora. Juan Rulfo era muy claro al respecto: "Conservé intacto en la memoria el medio en que vivía. La atmósfera en que se desarrolló mi infancia, el aire, la luz, el color del cielo, el sabor de la tierra, eso yo mantuve. Lo que la memoria me devuelve son esas sensaciones". Los de la España vacía, o como se llame el negocio ese, amparamos nuestras impresiones de desamparo sin desarraigo (somos como los aficionados del Huesca, fieles siempre sin reblar aunque la temporada anterior haya sido una eme) en la lista de agravios que soportamos estoica e históricamente, no con aceptación, sí con resignación. A veces nos exaltamos un poquito, pero luego nos volvemos a los acogedores brazos del sofá. Y sin embargo...

Sin embargo, existimos porque pensamos. Cogito ergo sum. Y, tras la reflexión, nos despabilamos y podemos concluir que el tal Táboas, uno de esos cuyas sillas giran más que la que me acompaña en las horas de trabajo, nos toma por imbéciles. A los extremaños, como a los extremeños, nos explican con sublime cinismo que las cuentas no dan. Que "pa qué". Que Renfe, que es pública, no puede perder dinero allí donde no hay rentabilidad. Y se queda tan ancho. El de las sensaciones. Y claro, los periodistas de la corte y la cohorte de periodistas no le preguntan por qué no emplean las boyantes cuentas de las conexiones entre territorios pobladísimos para intentar que los despobladísimos no se deserticen más por la pérdida de servicios. Por qué los beneficios de Madrid o Barcelona o Zaragoza no se utilizan para soportar Grañén o Sariñena (admirable la acción de Monegros no pierdas tu tren) o Monzón con unas condiciones competitivas que, a la sazón, implicarían la ralentización del fenómeno de sangría demográfica. No sé, quizás a algunos se les acabaría el chollo de la despoblación.

La gestión de las instituciones está repleta de disparates. Las compañías públicas piensan con criterios privados a su conveniencia, como si en las empresas no hubiera secciones gastadoras y otras recaudadoras. Como si la administración tan sólo admitiera una máxima: mimemos al bolsín de votos, obviemos a esos "desgraciaos" que se alinean a lo largo de las estaciones para reivindicar la dignidad de sus pueblos a través de unas infraestructuras modernas. Del lenguaje político se han desprendido términos como el reequilibrio o la vertebración entre los territorios, a la sazón la esencia de un Estado. Hoy todo son sensaciones. Y despoblación. Que no decaiga el negocio.

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