Sánchez lanza a Huxley a finiquitar a Montesquieu y Jefferson

29 de Abril de 2024
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Cinco días dan para mucho. Tanto que el futuro de un país democrático como España se sustancia en veinticuatro horas, en la jornada de reflexión previa que ni siquiera se respeta en este juego de trileros en el que se ha convertido la política de nuestro país. El presidente, bolita por aquí de la dimisión, bolita por aquí de la continuidad, bolita de comunicación al jefe del Estado, ha demostrado finalmente que no había bolita. Que la decisión estaba tomada porque ni uno sólo de los argumentos aparta de la idea de que su obsesión es el poder por el poder.

No ha habido movilizaciones sociales, como ha esgrimido, porque 12.000 en cálculo optimista de los propios (la Delegación del Gobierno) en Madrid y 500 (la homóloga en Aragón) en Zaragoza no denotan un apego al "amado líder". Las fotos son elocuentes. De los dos autobuses que han partido desde Huesca hasta Ferraz, conozco al noventa por ciento, y todos son parte del aparato. Con sus estómagos correspondientes. De los que dependen de Sánchez para poner en la mesa algo más que habichuelas. Algunos, con la misma pretensión durante décadas que el presidente del control de los medios de comunicación por la vía civil (la palabra intimidatoria) o la militar (la presión publicitaria).

Pedro Sánchez ha trasladado al pueblo español la obligación de escribir su propio manual de resistencia. No ha sido serio ni honrado en el proceso, sobre el fondo me abstengo de opinar aunque lo presuma. La comparecencia de plasma ha sido un folletín repleto de eufemismos y de conceptos inquietantes, amenazantes, cuando no falsarios.

Pretender poner en la diana a los jueces y los medios de comunicación no adeptos constituye un atentado contra Montesquieu -por aquello del reparto de poderes que garantiza la democracia- y contra alguien con la autoridad de Thomas Jefferson: "Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo".

Y, de paso, lanza a la jauría de iletrados de la generalización y el prejuicio a la conquista de un mundo feliz, el de la distribución de Huxley entre las clases Alfa, Beta, Gamma, Delta y Epsilon sin dependencia económica o intelectual estrictas, sino por razón de ideología, que expulsa a los infernales valles exteriores a los salvajes, que bien pudieran ser magistrados y comunicadores dispuestos a encontrar la verdad que resiste incluso al negocio (Kapuscinski).

Confundir la limpieza con la impunidad es un grave quebranto para un Estado de Derecho. Los negocios de la señora Gómez pueden escapar -o no- de la esfera de la judicatura -de momento por indicios no ha sido así-, pero nunca de la tutela de la realidad comunicada por los medios de comunicación, cuyas indagaciones sobre el caso de Air Europa o de los contratos a empresas simpatizantes son tan verdad al menos en un porcentaje elevadísimo como que hoy es 29 de abril. En otros países como Gran Bretaña, como esta semana recordaba la esposa de Nick Clegg, Miriam González, hubiera resultado imposible esta desviación porque el Código Ético aplicable impide que la mujer del señor presidente se adentre en vericuetos tan feotes.

Al Tito Berni, a Koldo, a Aldama y otros desaprensivos (haberlos, los ha habido en todos los partidos) no los han inventado ni jueces ni periodistas. Se han hecho ellos solos (bueno, y con damas de compañía) aprovechándose vilmente de los españoles e incluso de las siglas del PSOE. La reflexión, al parecer, no le ha llevado al presidente a la autocrítica. Ha salido con armas y bagajes con el lanzallamas para abrasar a los enemigos del pensamiento único. Pero ha olvidado que, como dijo un diputado alemán, la prensa es la artillería de la libertad. Y la palabra es tan sofisticada que no hay amenaza que valga, aunque momentáneamente haga un profundo daño con una irresponsabilidad impropia de un mandatario a un país cuya historia trascenderá la imagen de quien puso en un ring a Montesquieu y Huxley y, sin previo combate racional, dio a los personajes del mundo (in)feliz por vencedores.

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