A Sánchez le recomiendo la doctrina Pichichi

24 de Abril de 2024
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En este país en el que los trileros se han encaramado hasta las más altas instancias, uno de los modismos es amagar sin dar, anunciar sin cumplir, cambiar de opinión y amenazar con privar a la ciudadanía del aura mesiánica por culpa de los demás. En España, por mor de la pobreza lingüística, se confunden los conceptos de cesar, de dimitir o de destituir, y en la semántica en muchas ocasiones está la respuesta a los miedos para encontrarse con uno mismo.

El anuncio que no es anuncio sino dilación -alguno dirá dilatación- de Pedro Sánchez de te vas pero te quedas, porque formas parte de mí, en tonada de Camilo Sesto incluida, tiene una resolución bastante sencilla. Es la doctrina Pichichi, que en ocasiones me explica cuando alguien, ora en el plano deportivo, ora en el político, proclama que está hasta las gónadas de aguantar presiones, fatigas o incomprensiones. "Si uno quiere irse, se va y punto".

Pierde credibilidad y legitimidad quien se comporta ora con ventajismo, ora con pretensiones de movilizaciones de las masas. Mesías hubo uno y, aun con todo, fue capaz de la renuncia máxima -a la vida- por una misión. Pretender la imprescindibilidad del ser es una estupidez propia de quien pretende escribir en vida un manual de resistencia, creyendo, como Sánchez pero muchos años antes como proclamaba Cela, que en España el que resiste, gana.

Es curioso, al presidente del Gobierno se le podría haber pedido la dimisión y hasta haberle censurado por haberse convertido en una fábrica de independentistas (¿recuerdan que esta expresión se atribuyó a Mariano Rajoy cuando los porcentajes de votos soberanistas apenas se sustanciaban en el cómputo con los constitucionalistas el fifty-fifty?), o por renunciar a la coherencia por el poder (la congruencia es un patrimonio personal que trasciende en trascendencia a la esfera pública), y, sin embargo, puede -o no- caer por un presunto "acoso" a la mujer presidencial más expuesta de la historia de la democracia frente a la sempiterna discreción de las inquilinas de la Moncloa. Unas sospechas que se han ido acrecentando en anchura (no sé si en profundidad, eso lo dirán las investigaciones) pero ante las que parecía impenetrable Sánchez.

La doctrina Pichichi se ampara en el testimonio personal. Él lo hizo. Decidió irse -después de terribles avatares, eso sí- y se fue. Punto pelota. A lo contrario se le llama marear la perdiz. Si está deprimido, ha de abandonar el barco, porque un país necesita un dirigente firme. Si hay algo más, debe ser transparente. Pensar que todo depende de cinco días de reflexión es una argumentación demasiado pobre para una autoridad, que no para el poder. La sombra de la duda, en tiempos de convulsión, no suscita sino confusión, y la confusión coloca a un país en un barco a la deriva. Decídase. Si las razones son poderosas, no hay que ser tibio. España ha sobrevivido durante siglos a cualquier aspiración de perpetuarse en el timón.

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