Tuve buenos profesores en esa excelente universidad que es la de Navarra, que sobre todo me dejaron claros un buen puñado de conceptos, el primero de los cuales es la importancia de pensar con independencia de criterio. Entre ellos, uno en el que insistían era en desmontar el entonces horrible aforismo de que el "rumor es la antesala de la noticia". El rumor es a la noticia lo que el fiambre industrial a los jamones de cinco jotas. Pretenden estar en la misma categoría, pero su propia esencia discrimina el paso dejando sólo la calidad por la vía de la ética alimentaria.
Horrorizaba aquella pretensión, en tiempos en los que ya se hablaba de las medias verdades, pero quedaba claro, con multitud de ejemplos, el peligro de considerar el rumor algo más que eso: un rumor. La noticia es un hecho ya confirmado, ya contrastado, ya consumado. Pretender emularlo es, simplemente, amarillismo. Como dijo William Randolph Hearst a su redactor en La Habana conminándole a que publicara el ataque español al Maine que desató el conflicto hispanoestadounidense, "si no hay un muerto, tendrás que ponerlo".
A estas alturas, todavía se escucha aquello del rumor como vestíbulo del edificio noticiable, pero ahora las nuevas tecnologías, prodigiosas para otras cuestiones, no sólo han empobrecido hasta niveles insospechados la calidad periodística (esos pretendidos medios que parecen un mercadillo de charlatanes sin más talento que la chabacanería), sino que además han consumado la tropelía que expresó, antes de morir, Umberto Eco: "Las redes sociales han generado una invasión de imbéciles que le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los necios". Tenía el genio literario, que apenas vivió la primera eclosión (luego hizo como Mafalda y se apeó), otra versión más tremebunda: "El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad".
Por momentos, aunque con menor profusión por la diferencia demográfica evidente, durante los últimos días las redes sociales en torno al fenómeno azulgrana me han recordado la desbordada omni-opinión blanquilla del vecino. Cada cual la ha tirado más gorda... y hasta es final. No repito las estrambóticas ensoñaciones por no insultar la inteligencia de los lectores, eso sí, barnizadas con la contumaz aseveración de que lo sabían por fuentes internas del club. Y ahí me acordaba de una comida de directores de medios informativos con Luisa Fernanda Rudi en la que un conspicuo periodista quiso ponerla a prueba sobre una reunión con Ana Pastor, a lo que la presidenta replicó: ¿Te lo ha dicho la ministra? Contestación: no. "Pues si estábamos la ministra y yo solas, y yo no te lo he dicho, pues te lo has inventado". Y agregó otra peladilla: "Exactamente igual que el desabastecimiento de material en el hospital". Años después, uno supo por el firmante que, efectivamente, desalojaron unas baldas para hacer la foto. Y se reían los muy mezquinos.
Volviendo al asunto, el lunes ha sido la exhibición de la sabiduría de Umberto Eco. Los que afirmaban como verdad apodíctica que Guilló seguía exponían la misma firmeza de los que aseveraban que lo iban a destituir. Al final, en el cara o cruz -que no fue tal- salió fatídico para el joven ilicitano. Y ahí, con la confirmación del futuro inmediato del sucesor, aprovechaban algunos imbéciles para atacar a periodistas que tenemos el culo pelado, perdón por la expresión, de callar cuando es menester, hablar cuando es preciso y denunciar cuando nadie quiere hacerlo en situaciones críticas, y todo sin obtener ningún rendimiento más allá del profesional.
La rumorología, hoy, está decrépita por la concurrencia de la posverdad, que es la vulneración consciente de la realidad por interés, que no necesariamente crematístico, sino en ocasiones por el sesgo de reafirmación, que viene a ser lo que antaño eran los energúmenos que se pegaban noventa minutos vociferando en el fútbol para sobrellevar sus frustraciones de la vida diaria. Hoy, eso se hace en las redes sociales. Y sí, tenía razón Umberto Eco, son imbéciles. Y como decía un viejo amigo mío sobre la abundancia de tales perfiles en Cataluña, "y lo más cojonudo es que los conozco a todos".