Se resquebraja la confianza y la fe en las instituciones democráticas

21 de Septiembre de 2022
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Lo podría suscribir yo. Y quizás cualquiera de los centenares de lectores de estas líneas. Lo podríamos haber escrito todos. Pero lo ha hecho el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Tiene toda la razón en su expresión. Lo debe experimentar en sus carnes. Naciones Unidas, la sucesora de la Sociedad de las Naciones que emergió por la ineptitud prescindible de ésta, ha caído en un grado similar de desafección. Recuerdo los tiempos en que el homólogo de Guterres, Jaime de Piniés, ribagorzano del Mas de Piniés, era admirado. Para España, tener un secretario general de la ONU era un orgullo. Vivíamos la ingenuidad de la fascinación por la democracia que se atisbaba. Y estábamos absortos ante el chiste de moda: "To er mundo es güeno". Supongo que el grado de influencia del benabarrense en el mundo sería similar al de sus sucesores y que la capacidad de prescripción sobre la evolución del planeta era parecido al de hoy, con la diferencia de que ahora se ha sofisticado el lenguaje con proclamaciones grandilocuentes como la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Aclaro, suscribo todos y cada uno de sus fundamentos y de sus metas, aunque discrepo de algunos de los caminos y, sobre todo, de la provisión de un desmesurado cuerpo de funcionariado al servicio de la grandilocuencia lingüística a través de una neo jerga concebida para que los ciudadanos sintamos más inaccesibles los principios.

Particularmente, Guterres me parece revestido de cierta autoridad. Como me lo parecía Jaime de Piniés. Seguramente es porque introduce en sus discursos mensajes coherentes. Al de ayer, lo han tildado de apocalíptico. Y, sin embargo, transcurrida la pandemia, en caliente la invasión de Ucrania, amenazante Putin y con las realidades nacionales como la española, caminando sobre las ascuas de un gran incendio permanentemente atizado por pirómanos, su llamada de atención no me parece histriónica: "La crisis del poder adquisitivo se desata, la confianza se desmorona, las desigualdades se disparan, nuestro planeta arde, la gente sufre, sobre todo los más vulnerables".

"Estas crisis amenazan al propio futuro de la humanidad y el destino del planeta". "No nos hagamos ilusiones. Estamos en un mar agitado. Un invierno de descontento se perfila en el horizonte". Guterres se siente impotente ante las "divisiones políticas que socavan el trabajo del Consejo de Seguridad, el derecho internacional, la confianza y la fe de la gente en las instituciones democráticas".

"No podemos seguir", dice Guterres. "No podemos seguir así", dice usted, querido lector. "No podemos seguir así", digo yo. Si, ante el descrédito de las instituciones democrácticas, nos aferramos a la comodidad de pensar que disfrutamos de un oasis local, con total seguridad estaremos equivocándonos. Empezando por los gobernantes. Cuidado con los árboles caídos, que no se levantan, y el bienestar está secándose. Lo escribió Rabindranath Tagore: Convertid un árbol en leña y podrá arder para vosotros; pero ya no producirá flores ni frutos.

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