Sensaciones beneméritas

12 de Octubre de 2023
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El capitán Escribano, mi padre. Al fondo, el general Atarés. Y mis sensaciones beneméritas
El capitán Escribano, mi padre. Al fondo, el general Atarés. Y mis sensaciones beneméritas

Ataviado con una insignia dorada de tricornio en la solapa de la chaqueta, con corbata verde-guardiacivil recorrida en finas tiras por la bandera de España y el sello del anillo de mi padre, el capitán José García Escribano. Es la preparación para el gran día del año que, desde hace 62, he vivido en diversos cuarteles de la Guardia Civil. Con impresionante orgullo, con mucha honra, sin renuncias ni complejos. Aviso a navegantes, siempre digo que, delante de mí, la Guardia Civil es intocable. No implica que no puedan ser criticados los corruptos que en el Cuerpo, como en tantos cuerpos -en el de periodistas, legión-, han sido y presuntamente son. Pero la institución, como tal, es intachable.

Es curioso, la entrada de directores generales civiles, empezando por Roldán y acabando por Gámez, dio pie a una corrupción por la vía de estos aqueos introducidos en el caballo de Troya destinado a desprestigiar a la institución inspirada y fundada por el Duque de Ahumada. Las aportaciones de los intrusos en la vida de los cuarteles son tan nimias como nefastas las del actual ministro del Interior, perpetrador de la indignidad de la supresión de la Cartilla. La nueva "Guía ética", que no le llega a la suela del zapato a la originaria de 1845 en cuanto a ética y no guía porque no es preceptiva, es una agresión más de un titular ministerial al que el nombre de la Guardia Civil le provoca sarpullidos. Pobre en la prosa y sin poesía.

Cuando llego al Acuartelamiento Alcoraz, la atmósfera me reconforta. Me retrotrae a mis tiempos en la Avenida de Galicia de Pamplona. Al estoicismo con el que los guardias soportaban la presión de los etarras, unos con las armas, otros con las tomas de las calles violentas que, por cierto, no han cesado a pesar de la contundente derrota -ironía modo on- a la banda terrorista ETA (que se den un paseo por Mondragón con una rojigualda los que lo aseguran con convicción digna de mejor causa). A los años en mi pueblo, Lodosa, siempre con medidas de seguridad estrictas porque la algarada criminal estaba a la vuelta de cualquier esquina. Y, sin embargo, la amenaza no hacía sino reforzar el ambiente familiar. De ayuda, de intercambio, de solidaridad. Han sido siempre unos pequeños pueblos. Quizás ahora la profesionalización pregonada vaya en contra de esa camaradería.

Siento el cuartel como mi casa que fue del 2 de diciembre de 1985 hasta agosto de 1987, en aquella residencia de oficiales donde tantas comidas compartí con aquel jovencito teniente de helicópteros, hoy general Arribas, con dos conserjes formidables, con aquellas películas del videoclub dirigido por el cabo Plata (bajo vigilancia estricta del teniente coronel Lucena) y con todo el cariño del que son capaces los buenos seres humanos. Por eso doy rienda suelta a mis sensaciones beneméritas y soy capaz de llorar en el Homenaje a los Caídos del Cuerpo, algunos a los que conocí o, como le explica Rafiki a Simba en el Rey León, a los que conozco. En la imagen que acompaña este "... como puños", detrás de mi padre sin ir más lejos se halla el oscense general Atarés, asesinado por ETA en 1986. Fueron muchos más con los que conviví y acabaron bombardeados o acribillados por los futuros beneficiarios de una amnistía. Al tiempo.

Y también por esa desinhibición legitimada por más de seis décadas de amor al Cuerpo, canto con todo el aire de mis pulmones el Himno de la Guardia Civil, que a mí me lleva por todo el universo de mis recuerdos y de mis esperanzas. Son sentimientos y convicciones reforzados por las medallas y reconocimientos sobre todo a los guardias civiles, por el agasajo a los "Pacos" (Vidal, Lalanne, Pascau) y por esa solemnidad entrañable de una liturgia civil hermosísima, en la que impera el respeto, la dignidad y la admiración por las gestas en las que los agentes desprecian el apego a su vida si en juego está la de cualquier ciudadano. En circunstancias hostiles, más arriesgan su integridad.

Ese desprendimiento, esa abnegación, forma parte de la cartilla inveterada e indisoluble de la Guardia Civil. La que cumple a rajatabla Francisco Pulido Catalán, el teniente coronel que hoy ha pronunciado un hasta siempre después de cuatro años en los que ha dejado la huella de su entrega y su sabiduría. Y que ha resumido magistralmente el sentido de la Virgen del Pilar en los cuarteles: "Es la fiesta del compañerismo, de la exaltación del espíritu de Cuerpo", de la devoción mariana y de la integración en el espíritu de la Guardia Civil de las familias y de los amigos. Una casa abierta repleta de sensaciones de quien se proclama orgulloso, como explica la etimología de Benemérita, de aplaudir a quien lo ha merecido bien.

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