Tedio predictivo

12 de Septiembre de 2022
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El ingenio de Alfonso Guerra o de Manuel Fraga ha pasado a la historia, por retiro del uno y por la inexorable sentencia de la Parca el otro. Ni siquiera alcaldes como Pacheco, aquel que colocaba a la mala Justicia en su lugar. No surgen -afortunadamente- personajes estrambóticos como Jesús Gil o Ruiz-Mateos. Todo es gris, amorfo. Frente a aquellas ocurrencias como la de la ministra que anunciaba una constelación intergaláctica por la reunión de Zapatero y sus góticas hija con Obama y su Michelle (ahora entregada a la pasión por Carlos Alcaraz), hoy nos hemos de conformar con los días de luto por la reina Isabel en Madrid o Andalucía, por los trajes negros de las presentadoras de televisión cual si fueran familiares de la monarca y por los exabrutos sin gracia desde el otro lado. Que el escuadrón de ministros salga contra una propuesta de Feijóo y Sánchez les desdiga al día siguiente, ya ni cotiza. Y viceversa. Todo es incoherencia. En la impredecibilidad del plano superficial en el que se mueve la vida pública, todo es sin embargo presumible. El guion reza en sus primeras líneas que no hay guion, que todo queda al albur del absurdo. Ionesco puro.

Me gusta, lo confieso, Forjado a Fuego. Lo que se viene a llamar en el universo del eufemismo "un reality". Tipos pésimamente vestidos, sudorosos entre las fraguas, con unos músculos tan formidables como la grasa que les rodea, inasequibles al desaliento, buscando soluciones a los metales que se desvían, o se desgastan. Sucede que, en ocasiones, los errores reiterados impiden que las espadas, los cuchillos o las lanzas tengan virtud (si se le puede denominar así) de matar presuntamente animales o de cortar rotundos paquetes de hielo. A veces, se me antoja una metáfora: hay que ser muy pulcro, muy esforzado, muy ingenioso, muy persistente y muy comprometido para que, de la forja, emerja una reluciente y eficaz obra de arte. No se puede conseguir con concepciones reiterativas. A cada problema, hay que darle una respuesta.

Estamos perdiendo el valor de la forja. Todo es uniforme, monótono. Es el tedio predictivo. Pedro y el lobo. El cuento no es sino una fábula con la moraleja de la pérdida de la credibilidad cuando la confianza se resquebraja por el desdén, la mentira y la devaluación de la verdad. No hay creatividad. Sólo ingenieros sociales, o arquitectos sociales, como dice el coronel Baños, con el hándicap de que los mineros sociales (los fontaneros, que diría Victor Lapuente) no saben bajar al terreno para comprobar de qué metal está compuesto el ánimo y el pensamiento de la comunidad. De qué sustancia, si necesita cuidar el filo o incidir en el centro de la hoja. Faltan referentes porque los que hay son maleables y con poca sustancia, y porque nos avergüenzan en un complejo fatal los Cervantes, Cela o Galdós, a los que rendimos homenajes que mejor se podrían ahorrar. Tal es la involución en los valores humanísticos, que la oficialidad presume de fastos y gastos, y se coloca en primera fila del espectáculo para presumir (miren en rededor). En el fondo, es tan viejo como el feudalismo, en el que los señores echaban hacia atrás al pueblo en los corrales de comedias. Y también, en esta faceta, se aburren hasta las ovejas. Al menos, hasta que llegue el lobo, que según la DGA con total seguridad se habrá puesto en la piel de los perros asilvestrados. Digo yo.

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