La televisión pública y el sectarismo

29 de Septiembre de 2022
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Se le ha atribuido a Groucho Marx un humor de astracán, ese género teatral que ingeniosamente cultivó Pedro Muñoz Seca. Y, sin embargo, el genial cómico desplegaba una profundidad tal que sus genialidades trascienden y son plena actualidad. Todos conocemos lo de estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros. Esta mañana, leyendo sobre la enésima crisis de Televisión Española, me ha venido a la cabeza la interpretación sobre la función educativa de este medio: "Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro". A mí me sucede. Entre el maremagnum de canales que hoy manejo, apenas encuentro siquiera entretenimiento unos minutos por la noche que me disuada de la lectura. Es paradójico pensar en aquellos años en blanco y negro de la Primera y la UHF donde estábamos pegados a la pantalla viendo dramas o comedias dotadas del talento de los grandes autores y de los grandes intérpretes.

Constato en un medio de difusión nacional una de perogrullo: sin público, Televisión Española no tiene sentido. Obvio. Y, sin embargo, la vuelta de la oración por pasiva esconde una media verdad muy peligrosa. La televisión pública tiene, como ningún otro medio, el compromiso ético de la triple función del periodismo: informar, formar y entretener. Entregar las dos primeras como moneda falsa de cambio en beneficio de la tercera atenta contra sus misiones principales. No es su finalidad amontonar acríticamente audiencias en la libre concurrencia con las privadas.

José Luis Rodríguez Zapatero hizo algo bueno y algo malo en sus tiempos de presidente del gobierno con RTVE. Lo negativo, aunque les parezca lo contrario, prohibir la publicidad comercial en el medio. En vía directa, porque la ya de por sí deficitaria corporación pasó a estar cargada exclusivamente sobre los lomos del contribuyente, mientras se liberaba una porción importante del pastel para beneficio de las privadas (se corrieron sospechas de que su amigo Roures era el principal receptor de esa parte). Lo positivo, que pretendió una cierta despolitización en la dirección del ente, y sinceramente creo que fue un acierto que salió medianamente bien. Después de soportar la decrepitud de Rosa María Mateos (lástima dilapidar su prestigio con una gestión nefanda), la irrupción de Pérez Tornero en la presidencia de la corporación venía a ser un soplo de aire fresco. Un tecnócrata, que se dice ahora. Y su destitución constata las pulsiones autoritarias en quienes le nombraron, porque su neutralidad cegó las expectativas. Ahora llega Elena Sánchez, una vieja cara televisiva que en sus tiempos ofrecía imagen de profesionalidad y hoy, sin embargo, arriba en el mejor despacho de RTVE enronada por la sospecha de su imposición vía partidista.

Televisión Española es una casa muy peculiar en la que confluyen periodistas y profesionales de unos y de otros, junto a muchos que simplemente son trabajadores, y donde los sindicatos entienden que es quizás la evidencia del poder que han perdido en la sociedad y en las empresas. Una entidad aquejada de problemas estructurales y de vicios que atentan gravísimamente contra la deontología. El principal, el sectarismo.

Pero, ojo, tampoco se engañe nadie. Esas dañinas inercias se acumulan en todas las televisiones públicas de este país. Y es deber de todos denunciarlas. Suceden sobremanera en la catalana y en la vasca, entiendo que en la andaluza y en la gallega, hasta en la extremeña y también en la "extremaña". El sectarismo puede ser político y también de un corporativismo mal entendido.

Mi posdata a este respecto: considero un deber de transparencia por mi parte dejar a un lado mi discreción hasta este momento para comunicar que yo mismo soy objeto de un veto en la corporación pública aragonesa. Un veto comunicado en tiempo y forma al director de la CARTV -la callada por respuesta-, y también a la máxima representación política de esta comunidad. Por higiene democrática. La razón, nada que ver con política ni banderías. Tan sólo desvelar que, en el panteón real de San Pedro el Viejo y en los claustros (porque a los claustros se sacaron a la vista de cuatro grupos de turistas estupefactos), habían exhumado los restos de Alfonso El Batallador 11 años después de un sesudo estudio que había durado cuatro años nada menos, con intervención de Oxford, el FBI y la Universidad de Zaragoza. La causa aducida, avances en la investigación científica. La sospechada, el programa de televisión financieramente muy bien dotado con dinero público y privado. Son compatibles, por qué no. En aquel reportaje por libre con Myriam, tan sólo lanzábamos la pregunta de si era ético y conveniente extraer de su reposo eterno los restos de un rey, tratados además sin guantes ni mascarillas (hay testimonios gráficos). Dejaron todos los huesos del rey Batallador, de los condes y de los niños que procedían de enterramientos del Castillo de Montearagón en una caja. Automáticamente, se me comunicó que hasta nueva orden mis presencias en la radio y televisión que pagamos todos quedaban anuladas. No ha habido nueva orden.

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