Todo es tedio

25 de Diciembre de 2022
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Al iniciar estas palabras, me declaro provisional vencedor del tedio. Llevamos prácticamente una hora combatiendo, un pugilato en el que por momentos me he visto abatido. Sí, me estaba bloqueando con maniobras arteras, agarrándome para inmovilizar mis brazos y mis dedos. Hay que concebir las extremidades como lo que son, la extensión de la voluntad y la capacidad. Ambas estaban agarrotadas, tiesas, abducidas por unas dosis de desesperanza reforzada por el consumo de energía de las comidas navideñas. Ha sido precisamente la Navidad la que ha venido a socorrerme, porque si hay un periodo que incita a la coherencia y a la fe en nuestros valores es éste. Charles Dickens se comprometió a honrar la Navidad en su corazón y a procurar conservarla durante todo el año. Entiéndase, pues, que esta cierta rebeldía que me ha salvado de la resignación procede de la necesidad que siento de expresarme a su debido tiempo, sin demoras, sin dejar escapar las pocas musas que me alumbran. Incluso sin permitirme guiar por la propia teoría del tedio, que Concepción Arenal definió como una enfermedad del entendimiento que no acontece sino a los ociosos. Algo de eso hay, pero no es todo. De hecho, académicamente el diccionario de la RAE lo define como aburrimiento extremo o estado de ánimo del que soporta algo o a alguien que no le interesa.

Sí, creo que no soy el único poseedor de la sensación de hastío. Desmoviliza la percepción de que todo está escrito y que no hay nadie en la vida pública capaz de sorprender. Ya no digamos de asombrar. Toni se inclina siempre hacia el mismo lado, como Eduardo, e igual lo hacen Esther o Paco. En realidad, se comportan como correas monótonas de transmisión de las soflamas de sus inspiradores. Nada queda a la espontaneidad, nada a la congruencia, nada al interés de los ciudadanos, ni del país, ni del Estado, que son tres cuestiones distintas.

Leo las reacciones al discurso del rey Felipe VI. A Errejón, a Rufián, a Abascal,... Todo es conveniencia, todo interés. Nadie se sale del guion. Milhouse achaca al jefe del Estado comportarse como tal porque, a su entender, criticar la polarización es polarizarse porque no se polariza del lado de su polo. Lo de Rufián es directamente un insulto a la inteligencia, porque atribuir al monarca querencias por una fotografía es tanto como sostener que a él habría que cesarlo ipso facto por su pretérita promesa de estar año y medio en el Congreso. Su presencia en la Cámara Baja no es sino la expresión del nivel y del tenor que soportamos los ciudadanos. Los bufones de la Corte han sido siempre mucho más ingeniosos.

Todo es feo y preocupante. Pero siempre viene alguien a encender la luz. Mi amigo Alberto Ibor comparte un artículo de Ezequiel Navarro en El Español en el que el empresario meridional se viene hasta el norte de Guara y los Pirineos para ofrecer un fascinante diálogo con un pastor reconvertido desde su puesto de empleado del Metal en Huesca, justamente una de las víctimas de la brutal desindustrialización de la ciudad. El directivo se topa con la rudeza y la clarividencia del ovejero, que lleva a su interlocutor como al rebaño hacia el redil de la racionalidad. Cuando le inquiere sobre los políticos, la contestación es una incitación al análisis ciudadano: 

- Si el bosque arde, te mandan a los bomberos y aviones, pero ya es tarde, si no has talado, desbrozado, metido el ganado, limpiado los senderos… Cuando prende la llama es tarde.

El tedio es una antesala en la que se genera el ambiente propicio para que el incendio tenga consecuencias devastadoras. Cuidado con dejarse arrastrar por la desgana, porque en ese receptáculo las llamas son abrasadoras. Y no siempre estará el bombero, o el rey, para sacar las castañas quemadas del fuego. ¡Dios mío, qué aburrimiento!

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