Lo trascendente y lo -muy- prescindible

17 de Septiembre de 2022
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Es habitual. Se me han cruzado dos libros. Estoy concluyendo "Pikoletos" y hoy, por cuestiones profesionales, he recabado de mi hijo uno que le regalé: "Juan Carlos Unzué. Una vida plena". Me resulta imposible, cuando tengo un volumen en las manos, resistirme a hojearlo. A mirar el índice, a descubrir el epígrafe más intrigante, o más seductor, o más inquietante, o más hermoso, o más truculento. Empiezo a suscribir la convicción de que no es casual que caigan en tus manos justo cuando los necesitas. Es como esos amigos que siempre encuentras antes de pronunciar una llamada de auxilio. Están ahí. Y me viene a la memoria la convicción de Daniel Sempere en "La sombra del Viento" de Carlos Ruiz Zafón, cuando explica que hay un libro que marca tu vida, que traspasa las vicisitudes, las vivencias, las alegrías y las penas de la existencia. Que puedes creer que has perdido de vista, pero que siempre está ahí, que es tuyo. Creo, definitivamente, en la realidad metafísica del Cementerio de los Libros Olvidados. En su imprescindibilidad. "Es un santuario. Cada libro, cada uno que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte. Hace ya muchos años, cuando mi padre me trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo como la misma ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño. Cada libro que ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien".

¿A qué viene esta reflexión? Explico someramente mi dinámica diaria. Me levanto y, aposentado, ojeo los diarios digitales. Como en cierta ocasión escuché a Carlos López-Otín, es una manera de intentar entender el mundo. Comprenderlo no significa asentir. Implica disociar, en pequeños montoncitos mentales, las distintas categorías: trascendente, importante, sustantivo, prescindible, irrelevante, morboso, negativamente revelador, basura... Cada vez disminuye más la altura de las tres primeras e, infortunadamente, rebosan las otras cinco, las que van desde la indiferencia hasta mi reprobación ética. Quizás sea la culpa de los editores, pero también estoy seguro de que es la responsabilidad de los consumidores. No, no se puede calificar de lectores a quienes gastan su tiempo en vez de invertir en su talento.

Después de la distribución de la mercadería de la actualidad, me enfrento a las redes sociales. Hubo un tiempo en el que fui ferviente defensor de que ahí se encontraban oportunidades. Descubrí, en enlaces con publicaciones serias (BBC en español, CNN, Verne de El País...) a personajes fascinantes, historias singulares, divulgación que merecía la pena. Quizás hayan migrado a otros lares, quizás los algoritmos no me las muestren, pero me veo ayuno de aquella inspiración y, consecuentemente, mi interés se desploma. Y entonces...

Siempre acude a mí, lenta y coquetamente, un libro. Una vida plena, como la de Juan Carlos Unzué. No tengo claro si el libro me ha buscado a mí, si el encuentro ha sido tan casual como el de los buenos enamoramientos o si, inconscientemente, lo necesitaba. Pero, sin abandonar el desenlace de Pikoletos, y como homenaje a mi querido José Antonio Oliván Buisán que peleó hasta la muerte con la ELA, cedo a la pulsión tentadora de bucear en una experiencia trascendente. De lo frívolo y superficial, cada vez encuentro más escapatorias. Es la ventaja de la edad. Aunque haya quien no lo crea, se gana en agilidad en la decisión.

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