La trazabilidad de la corrupción, cada vez más zafia

27 de Febrero de 2024
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"El poder no corrompe. El miedo corrompe, tal vez el miedo a perder el poder". Esta perla de John Steinbeck explica lustros y décadas de vergüenzas que nos disparan como escopetas nacionales de forma inmisericorde, aunque en tan sensible materia también ha habido una evolución. La corrupción ha tenido a lo largo de nuestra historia reciente su propia trazabilidad, marcada por el carácter patrio perfilado en la picaresca de El Lazarillo de Tormes devenida en ilegalidad, evolucionado en una concepción nauseabunda del fin que justifica los medios de Maquiavelo.

Es paradójico. Cuando se sucede un rosario de ilegalidades abominables que identificamos como corrupción, las declaraciones se suceden en el mismo tenor dependiendo de las banderías. Pero, más allá del matiz cromático del acusado y del acusador, o de detalles truculentos como el caso actual con el trasfondo del mercadeo de mascarillas cuyas penurias costaron muchas vidas, el partido afectado se defiende con la presunta dignidad que reclamaba la sultana Aixa a Boabdil el Chico cuando airada pedía que llorara como mujer lo que no supo defender como hombre. Y el contrario, inmisericorde, coloca el pelotón de fusilamiento listo para la ejecución. El problema es la identificación del corrupto factor respecto a los autores intelectuales de la podredumbre.

Lo que hoy nos atañe es una corrupción de baja estofa, cutre, con los denominados hombres "útiles", que como sostenía Baudelaire es una calificación espantosa. Una metáfora, una expresión de esta sociedad, esta casta y también esta población cutre salvo honrosas excepciones procede de los protagonistas iniciáticos del latrocinio. Al Tito Berni le ha sucedido el tal Koldo, como en sus tiempos estuvieron el Bigotes y otros del submundo del otro partido. Koldo es un animalico de bellota alimentado por otro animalico de bellota que es Santos Cerdán. Es curioso. Hace unos días, me hablaban de ellos, por un lado, mi hermano que comió con él hace casi tres lustros, cuando era escolta y amigo del escolta de mi hermano en su etapa en la política navarra. Claro, en una comida, todo el mundo es bueno y divertido. Pero luego ha seguido divirtiéndose más el guardaespaldas aizkolari, la expresión del socialismo como le calificó el presidente de hoy. Por el otro, mi abogado que estudió (era el tonto de la clase en los Agustinos de mi pueblo, Lodosa) tres años con el responsable de mantenimiento eléctrico de una empresa, hoy número 3 del PSOE en toda España. ¡Número 3! ¿Qué puede salir mal? No me sorprende que un tipo culto como Javier Lambán sea tan zaherido por sus conmilitones, que quizás prefieran un Cerdán aragonés (yo les puedo citar a puños, y no sólo con puño y rosa, sino con otros coloridos ideológicos).

Incluso en el estilo de corruptores y corruptos hemos perdido categoría en nuestro país. De aquellos que vestían trajes de señoritos y disimulaban su bajeza moral, a estos otros que la exhiben. Que son capaces de no ocultarse cuando reciben clandestinamente en nombre del Estado a una dignataria (habría que ponerlo entre comillas) venezolana. De irse de putas en pandemia. De amedrentar a funcionarios e intimidar a jueces. Las paradojas son más mortales que el coronavirus. Con la aceptación y el patrocinio de la mediocracia, nos estamos disparando en la sien de nuestra ética colectiva. Ya no se distinguen los límites ni se atisba el decoro. Mientras los científicos penan por la cicatería de recursos para la investigación, mientras los creadores juegan al cara o cruz de ser palmeros del poder o combatir la indigencia, dos tipos como Koldo y Santos Cerdán se enseñorean de nuestras arcas. Y Ábalos se chulea, probablemente porque dirá que él no se come marrones y que p'a chulo él. Podría escribir aquello de no es justo, o como escribieron varios pensadores en la república y en la guerra civil, "no es esto, no es esto"...

Y, sin embargo, es probable que todos tengamos nuestra alícuota parte de responsabilidad, porque no hemos sabido leer las líneas de la historia. O simplemente porque no queremos leer, que a muchos (Cerdán y Koldo entre ellos, naturalmente) parece una actividad inútil (¡ay, Nuccio Ordine!). Y, si abriéramos al azar algún libro, quizás saltara un marcapáginas en esa esclarecedora advertencia de Víctor Hugo:

"Un artista, un poeta, un escritor célebre trabaja toda la vida, trabaja sin pensar en enriquecerse, muere y deja a su país mucha gloria con la sola condición de que se proporcione a su vida e hijos un poco de pan".

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