Tropezar sin límites en la misma piedra

28 de Octubre de 2022
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¿Por qué tropezamos permanentemente en las mismas piedras? ¿Por qué exhibimos tantas limitaciones en nuestra capacidad de aprendizaje? ¿Por qué la desmemoria? ¿Por qué el confort fatal de olvidar las dificultades en el momento en el que las penurias salen por la puerta? ¿Dónde la vigilancia de la Unión Europea? Aquella que, Maastricht mediante, Dios ausente, prometían que sería tan severo el látigo de infinitas puntas para los incumplidores que se lo pensarían mucho al estirar más el brazo que la manga. La música suena similar a la de 2008, con la diferencia fatal de que acumulamos salvajemente deuda mientras por otro lado la boca comunitaria insufla fondos consumidos sin talento. Oigo hoy a Santiago Niño Becerra en Cuatro y me asusta. Una cuestión es la recesión técnica y otra que, en verdad, la crisis ya es patente. Muy patente. Al economista de las patillas se le menospreció en 2010, cuando vaticinó el "Crash". Y fue el cata-crash. Y luego fue más allá del Crash. Y en su última aventura editorial se ha preguntado: Futuro, ¿qué futuro? La estanflación, la combinación insufrible para el ciudadano de menos actividad, menos peso en la economía, menos dinero y más inflación. Esto es, los bolsillos más vacíos. Lo que ninguna autoridad quiere escuchar: somos más pobres. Si hace falta, se puede poner en mayúsculas: SOMOS MÁS POBRES. Aunque también es cierto que en toda hay algunos a los que les va extraordinariamente bien, léase el sector funerario en la pandemia. O los defraudadores en las coyunturas críticas.

En este instante, con las energías desparramadas en sus precios, con la cesta de la compra desbocada, gran parte de los destinos de los fondos europeos recuerdan infinito al Plan E (en realidad, ahora la UE dice que ni sabe a qué se dedican). Al del medio millón de pesetas de cada cartel propagandístico, y era obligado ponerlos incluso en obras o servicios de menor valor. El de los carteles, en monopolio, se puso las botas el tío. Antes fueron las piscinas en pueblos mínimos, de los que incluso habían de recibir agua de boca en cisternas en verano. No, no aprendemos. La economía, en ocasiones, es mucho más sencilla. Lo decía Agustín Lasaosa: si ingresas cinco, gasta cuatro. O tres para pensar en el futuro. Y aquí, empero, el vigilante, que es la Comisión Europea, sólo se pone duro cuando el roto es tan grande que, para coserlo, hay que penetrar en la piel reblandecida del ciudadano. Georges Bataille, en El límite de lo útil, se aplica en simbología para explicar este tipo de circunstancias: "A mi juicio, la ley general de la vida reclama que, en condiciones nuevas, un organismo produzca una suma de energía mayor que aquella que necesita para subsistir. De ello se desprende una de estas dos cosas: el excedente de energía disponible puede ser empleado en el crecimiento o en la reproducción; de no ser así, finalmente se derrocha. En el dominio de la actividad humana, el dilema adquiere esta forma: o se emplea la mayor parte de los recursos disponibles (es decir, del trabajo) en fabricar nuevos medios de producción -y entonces tenemos la economía capitalista (la acumulación, el crecimiento de las riquezas)- o se derrocha el excedente sin tratar de aumentar el potencial de producción -y entonces tenemos la economía de fiesta".

Estamos en la economía de fiesta. De renovaciones de consejos generales de poderes judiciales sin renovar un carajo (los mismos perros con similares collares). De reflexiones sobre el sistema sanitario sin actuar un bledo. De aplicaciones educativas en las que no se piensa en educar. De confusiones incluso en la mareante identidad de género. Todo lo que es sencillo se convierte en imposible. Y, así, mientras estamos en el pan, fútbol y circo posvanguardista, mientras distraemos con oquedad de contenidos (¿dónde está la sostenibilidad cuando todo se hunde?), nos "estanflamos" y los consumidores se juramentan contra todas las contrariedades. Y algunos sostienen que hay que repartir la pobreza, cuando lo que hay que hacer es generar riqueza. Y, en estas, Putin le da al botón nuclear. ¡Ingenuo él! A este paso puede que no quede nada más allá de la miseria. Para aguantar esto, como decía Mafalda, quizás es mejor pedir que el mundo pare para apearnos. Mañana será otro día. Quizás haya sonrisas, pero las habremos de conquistar, cada uno, a golpe de pedal. Y sin creer las pantomimas. Con criterio propio.

 

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