Quiere uno pensar, en ese rinconcito de ingenuidad que alumbra todo cerebro humano, que la coherencia dictará una nueva escenografía en la, se supone, manifestación de cierre de apoyo a Palestina frente a la barbaridad -o el genocidio, la cuestión semántica ni amplifica ni aminora la destrucción infame de las tropas de Netanyahu a la franja de Gaza habitadas junto a gente pacífica por terroristas inmundos-. Junto a las banderas, una efigie de Donald Trump mesiánico y el lema "Trump Forever". Si así sucede y las mismas fuerzas de la izquierda que han respaldado las concentraciones en una mezcla de ideario y de partidismo acuden, desecharé la sospecha cierta de que junto a las gazatíes no se alineaban gentes de buena fe, sin búsqueda de réditos políticos.
Tal es mi optimismo en este lunes en el que el propio Pedro Sánchez ha anunciado su presencia en la firma de la paz presidida por Abdelfatah al Sisi y Trump, presidentes egipcio y estadounidense. Esto es, España bendice la solución aportada, impuesta y amparada por el vil mandatario de las barras y las estrellas, si entramos en las consideraciones no mucho ha de la izquierda española. Día, por cierto, de alborozo por la liberación de los rehenes que dejan detrás a otros que han sido ejecutados por las bestias terroristas junto a una riada de fallecidos el 7 de octubre de hace dos años, y brutalmente respondidos de manera indecente por Netanyahu.
Más allá de otras cuestiones, el mundo está reconociendo a Donald Trump su gestión para el fin de esta desigual guerra, y de él espera la resolución de la de Ucrania y Rusia. Y el acercamiento, bajo el mismo techo en la reunión con 20 mandatarios, de Pedro Sánchez al estrafalario -no ha perdido por esta virtud ninguno de sus defectos- presidente norteamericano, perfectamente puede acarrear uno de los paradigmáticos cambios de opinión de nuestro primer ministro y, con él, de todos sus conmilitones y votantes.
Con esta probabilidad y con la nueva posición de Donald Trump en la reputación mundial, pasando de demonio a divinidad, se cierra un círculo que se inició el 15M de 2011, cuando la izquierda se asilvestró hacia extremos indignados y puso al PSOE ante la tesitura de cómo responder en su búsqueda del granero de votos. Paulatinamente atraído por el confort del poder, Podemos consiguió ministerios tras tomar el presidente pastillas contra el insomnio y el nuevo paradigma era el de convivir con la casta en un chalet en Galapagar, protegido, eso sí, con guardias civiles pagados con erario público. La escisión con Sumar no era sino una cierta discrepancia sobre la avenencia con el partido mayoritario de la izquierda. La zona de confort perseguida es idéntica.
Poco después, en la búsqueda de la asimetría, irrumpió VOX, que todavía no tiene para amplias capas políticas la legitimidad democrática para la gobernación, pero todo llegará y el tablero encontrará las cuatro patas apuntaladas por los intereses periféricos.
En la transgresión ideológica, nos encontramos ahora que la derecha más radical admira a Putin (comunista exKGB) y que la izquierda respalda al sanguinario Nicolás Maduro y está en pleno escorzo por aproximarse a Donald Trump. El mundo al revés, podría pensar nuestro querido lector, pero nada más lejos de la imposibilidad que el interés electoral, que es donde se sustancian todas y cada una de las palabras que son dichas en sedes parlamentarias y de banderías. Veremos el Trump Forever, escrito o no. Al tiempo. La coherencia ya no tiene mercado para su cotización. El futuro se marca por el rumbo de transición en transición, y no es tan virtuosa como la de los setenta.
P.D.: El apoyo a Gaza habrá de ser demostrado ahora, en el momento de la reconstrucción, con una exigible generosidad internacional. Los precedentes de La Palma y la dana no alientan buenos augurios.