Sin lugar a dudas, estamos en la España devaluada. En ese país en el que la aritmética se convierte en coartada para la absoluta pérdida de valores e incluso de decencia. Hemos perdido incluso el pulso de la realidad, acostumbrados como estamos a que un prófugo de la justicia, un golpista, marque la senda de la gobernación. Que un partido independentista, el PNV, reciba como reconocimiento a su indudable querencia separatista un casoplón en París que no le corresponde. Nada hace mella ya en el país que ha perdido toda capacidad de asombro porque el populismo ha invadido absolutamente toda la escena pública. Como suena. Populistas como Maduro o como Trump, justificantes de terribles totalitarios como Putin o Xi Jin Ping o Kim Jon Un. Todo da igual. No es que seamos miopes, es que somos incapaces de una introspección.
Aragón, indefectiblemente, se va a empobrecer. Esos 422 millones de euros menos que va a recibir en el reparto mercantilista Aragón no son sino la consecuencia de una deriva sin otro recorrido, sin otra ruta. Si Cataluña o Euskadi chupan más del bote, el bote rechaza al resto. Esto es, se resienten nuestra Sanidad, nuestra Educación, nuestros Servicios Sociales, nuestras infraestructuras... No hay otro camino que el del empobrecimiento.
Y, repentinamente, ese negocio que ha sido la España Vaciada de la que han bebido gentes varias que se han enriquecido o han engordado se desinfla absolutamente. Sucede como con la verdad que proclamaba Kapuscinski: cuando la información empezó a ser negocio, la verdad dejó de ser importante. Cuando la aritmética está impartida por el cálculo de la supervivencia a través de Puigdemont u Otegui, el resto de España se empobrece. Y todo el país resiente su integridad y su dignidad. Esto va mal, muy mal, y Aragón no puede tener Alegría. Aunque lo dicte Sánchez.