Estrenábamos los últimos días de enero en Barbastro con una noticia, positiva en principio, como es la reactivación del Consejo de Salud, una entidad que se define -y hago mías las palabras con las que el propio Salud lo describe- como “el órgano de participación cercano y próximo a los ciudadanos donde se tratan cuestiones de salud individual y comunitaria”.
Sobre sus funciones, podríamos extendernos largo y tendido, pero me limitaré a citar cuatro: conocer y participar en el diagnóstico y el plan de salud de nuestra ciudad, participar en el desarrollo y evaluación de los programas que aquí se aplican en ese ámbito y canalizar y promover la participación de la comunidad en las actividades de promoción y protección de la salud al tiempo que, también, valora y traslada iniciativas o sugerencias que permitan la mejora de la atención y el nivel de salud de la zona. No me invento nada: todo lo que les detallo está en la propia web del Salud.
Que un organismo como éste se reactive, como es obligado al arrancar un nuevo mandato, es sin duda una buena noticia para todos los barbastrenses, sin duda. La labor que se puede realizar desde un organismo como el Consejo, y más con las infraestructuras sanitarias de que Barbastro dispone, es mucha y, por eso, deseo, desde esta tribuna que tan amablemente se me cede, suerte y aciertos a las más de veinte personas que lo integran.
Todas, lo doy por hecho, entiendo que se incorporan al Consejo -o siguen en él, que de todo hay- con voluntad de servicio, capacidad de trabajo y deseo de contribuir a garantizar que Barbastro sigue siendo, como es hoy, una ciudad en la que la salud individual y comunitaria son una prioridad para todas las administraciones implicadas en la gestión de nuestro territorio y en la que los inevitables problemas que a veces surgen se gestionan sin partidismos, con rapidez, buena voluntad y toda la eficacia posible.
Hay, sin embargo, un elemento que, como vecina de Barbastro y persona activa en política, me inquieta en esta nueva andadura del Consejo de Salud que ahora se inicia. El organismo arranca en esta ocasión presidido por una persona que une a su condición de profesional sanitaria jubilada otra: la de concejal de uno de los grupos políticos que integran nuestro consistorio. Por supuesto, no pongo en entredicho ni su valía profesional ni su vocación de servicio, de las que tenemos referencia todos los que la conocemos, valoramos y respetamos.
Con todo, cuando de órganos consultivos como éste se trata, las formas también importan y el ser cuenta tanto como el parecer. En contextos sociopolíticos tan tensionados como éste que nos ha tocado en suerte, un concejal en ejercicio no es la mejor elección para una responsabilidad como la que nos ocupa. Yo misma, que no he sido nunca concejal, pero sí he formado parte de una lista en las últimas Municipales, no hubiese aceptado una responsabilidad parecida en caso de habérseme propuesto y aún menos si se vincula a los sectores en los que he desarrollado mi carrera profesional. No es una cuestión personal: se trata, simplemente, de que las dificultades ciertas que no quiero para mí, tampoco se las deseo a otros. Y ser concejal en ejercicio y presidir al tiempo una entidad consultiva de la importancia que tiene el Consejo no va a ser en absoluto sencillo.
Aún así, y como decía más arriba, deseo a la máxima responsable del Consejo y al resto de miembros del mismo suerte y aciertos, porque sus aciertos serán los de todos. Ojalá mi prevención -que si hablamos de salud siempre es buena consejera- se revele como excesiva y las otras responsabilidades que ostenta la ya presidenta de nuestro Consejo de Salud no interfieran para nada en su desempeño. Por desgracia, algunas de las últimas polémicas en las que se ha visto envuelta recientemente la Sra. Grande y su actividad en redes me hacen temer lo contrario. Espero, de corazón, equivocarme.