Pedro Camarero

Del Contrato Social al "no contrato" de los programas electorales

Bancario, marketing
28 de Marzo de 2024
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Víctor Lapuente en su conferencia en el Centro Cultural de Ibercaja
Víctor Lapuente en su conferencia en el Centro Cultural de Ibercaja

Para debatir sobre el origen del Contrato Social, podemos remontarnos al primer diálogo platónico, en el que Sócrates ( murió en Atenas 15/2/399 A.C.) presenta un argumento convincente de porqué debe permanecer en prisión y aceptar la pena de muerte, en lugar de escapar y exiliarse en otra ciudad griega. Personifica las Leyes de Atenas y, hablando con su voz, explica que “ha adquirido una obligación abrumadora de obedecer las Leyes porque han hecho posible toda su forma de vida, e incluso el hecho de su propia existencia”.

La vida de Sócrates y la forma en que esa vida ha florecido en Atenas depende de las Leyes.

Desde el punto de vista de Sócrates, un hombre justo es aquel que, entre otras cosas, reconoce su obligación para con el Estado obedeciendo sus leyes. El Estado es la entidad moral y políticamente más fundamental, y como tal merece nuestra más alta lealtad y nuestro más profundo respeto”.

Thomas Hobbes , 1588-1679

Según Hobbes, la justificación de la obligación política es la siguiente: “Dado que los hombres son naturalmente egoístas, pero son racionales, elegirán someterse a la autoridad de un soberano para poder vivir en una sociedad civil, que sea propicia para sus propios intereses”.

Su principal preocupación es el problema del orden social y político: cómo los seres humanos pueden vivir juntos en paz y evitar el peligro y el miedo de los conflictos civiles.

Podemos plantear la cuestión en términos de la preocupación por la igualdad y los derechos que presagiaba el pensamiento de Hobbes: vivimos en un mundo donde se supone que todos los seres humanos tienen derechos, es decir, pretensiones morales que protegen sus intereses básicos. Pero, ¿qué o quién determina cuáles son esos derechos? ¿Y quién las hará cumplir? En otras palabras, ¿quién ejercerá los poderes políticos más importantes, cuando el supuesto básico es que todos compartimos los mismos derechos?

John Locke 1632-1704

Si bien Locke utiliza el dispositivo metodológico de Hobbes del Estado de Naturaleza, como lo hacen prácticamente todos los teóricos del contrato social, lo utiliza con un fin muy diferente. Los argumentos de Locke a favor del contrato social y del derecho de los ciudadanos a rebelarse contra su rey influyeron enormemente en las revoluciones democráticas que siguieron, especialmente en Thomas Jefferson y en los fundadores de los Estados Unidos.

Jean-Jacques Rousseau  1712-1778,

Vivió y escribió durante lo que posiblemente fue el período más apasionante de la historia intelectual de la Francia moderna: la Ilustración. Fue una de las luces brillantes de ese movimiento intelectual, contribuyó con artículos a la Enciclopedia de Diderot y participó en los salones de París, donde se abordaban las grandes cuestiones intelectuales de su época.

Para él, El Contrato Social, que pretende ser en interés de todos por igual, en realidad es en interés de unos pocos que se han hecho más fuertes y más ricos como resultado del desarrollo de la propiedad privada. Este es el contrato social naturalizado, que Rousseau ve como responsable del conflicto y la competencia que sufre la sociedad moderna.

En el contrato social normativo, defendido por Rousseau en El contrato social (1762),  “el poder nunca hace lo correcto, a pesar de cuantas veces finge que puede hacerlo”.

Y, en la actualidad, ¿qué tipo de Contrato Social regula las relaciones entre el Estado, la política, los políticos y los ciudadanos?

En la interesante exposición realizada el pasado miércoles 27,  por el politólogo y profesor Víctor Lapuente (Chalamera 1976. Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford y catedrático en la Universidad de Gotemburgo) en la Fundación Ibercaja, organizada por la UIMP, pudimos conocer datos de la “calidad” de gobierno de distintos países y de aquellos que llevan a cabo políticas públicas más eficientes.

También las derivas que ponen en riesgo los sistemas democráticos, que favorecen el crecimiento de los que, con regímenes autárquicos gobiernan en estos momentos casi a un 70% de la población mundial.

En cuanto a la situación actual del parlamentarismo en España, remarcó el grave error de nuestros políticos anclados en el “Y tú más” cuando de lo que se trata es de corrupción, insistiendo en la negativa repercusión que tiene en los ciudadanos, a los que se traslada un mensaje de que “todos los políticos  son igual de corruptos si tienen oportunidad”

La corrupción es difícil de erradicar totalmente, pero comentó las alternativas que en algunos países se hicieron hace años (EEUU por ejemplo) y que permitió disminuir significativamente esa lacra.

Se le preguntó si otra razón de la desafección ciudadanos/políticos puede ser el reiterado incumplimiento de los programas electorales. Si en publicidad un folleto es un contrato, el programa debería ser una especie de “Contrato Social” que obligara a cada  partido a cumplir con lo comprometido y escrito.

Su respuesta siguió el mismo argumento de pérdida de calidad democrática, muy creciente en nuestro país en las últimas décadas.

Tras su magnífica conferencia, podemos pensar que, desde hace años, con esa deriva de pérdida de calidad democrática, entre otras razones al perder la confianza en lo que se compromete en los programas electorales, los ciudadanos votan más de forma visceral y escasamente cerebral, prevalece la afinidad o el odio a los candidatos en el momento de emitir el voto.

Los nacionalismos, todos, son parte fundamental de ese comportamiento en aquellos que los rechazan, provocando un sentimiento de que existen ciudadanos de primera y de segunda, lo que sin duda también perjudica a esa calidad democrática que tan bien explicó.

A Sócrates lo condenaron en la asamblea gracias a la exposición interesada de los “demagogos” que mintieron y consiguieron su sentencia a muerte (por cicuta en la misma cárcel), que aceptó al ser fruto de un proceso regulado por las leyes que él asumía.

El pueblo más tarde, una vez muerto, se revolvió contra ellos al darse cuenta del engaño y del resultado, acabando con todos ellos.

Si el programa electoral se convirtiera en un contrato de obligado cumplimiento, los demagogos, que ahora también los hay, no podrían cambiar de opinión, hacer lo que no está en ese contrato o dejar de hacer lo prometido en el mismo.

La democracia necesita más compromisos, más razonamiento y menos visceralidad.

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