El Ministerio de Trabajo ha vuelto a abrir un debate que, en apariencia, busca proteger a los trabajadores, pero que en el fondo destapa una de las grandes contradicciones del sistema laboral español. Mientras se anuncia con bombo y platillo el endurecimiento del registro horario digital para que la Inspección de Trabajo pueda vigilar hasta el último minuto de jornada, se impone al mismo tiempo que los ciudadanos deban prolongar su vida laboral hasta los 67 o 68 años.
Es decir: más control, más papeleo, más fiscalización… pero menos derechos efectivos cuando el cuerpo y la salud ya no acompañan.
Una paradoja sangrante.
El trabajador, bajo las nuevas medidas, tendrá que registrar no solo sus horas de entrada y salida, sino también diferenciar las ordinarias de las extraordinarias, señalar las pausas y dejar constancia digital de todo ello. Un sistema pensado para “atajar el fraude” pero que, en la práctica, multiplica la burocracia sin resolver los problemas de fondo.
Mientras tanto, miles de empleados con décadas de cotización a sus espaldas ven cómo la edad de jubilación se aleja cada vez más, obligándoles a prolongar su actividad profesional hasta límites que rozan el absurdo: ¿de qué sirve controlar cada minuto de la vida laboral si, llegado el momento, se les condena a trabajar con bastón?
Un espejismo de modernidad
El discurso oficial habla de digitalización, transparencia y modernización. Pero detrás de esa fachada tecnológica se esconde un sistema que parece más preocupado por sancionar que por garantizar condiciones de trabajo dignas. El Gobierno se enorgullece de imponer registros remotos en nombre de la Unión Europea, pero olvida que esas mismas directrices comunitarias reclaman también protección social, equilibrio vital y jubilaciones razonables.
La realidad es que nos venden modernidad mientras perpetúan una injusticia: control absoluto del tiempo de trabajo… y una vejez laboral interminable.
La gran contradicción
El mensaje que recibe el ciudadano es demoledor:
• No se te permite trabajar en condiciones flexibles, porque cada pausa debe quedar registrada.
• Pero tampoco se te deja descansar tras toda una vida de esfuerzo, porque la jubilación se retrasa cada vez más.
Nos dicen que el objetivo es luchar contra el fraude, pero lo que percibe la sociedad es un fraude mayor: un sistema que nos vigila mientras producimos y nos exprime hasta el último día de nuestra vida laboral.
¿Progreso o retroceso?
El gran absurdo es éste: se persigue al trabajador y a la empresa con lupa para medir segundos, mientras se olvida la verdadera justicia social, que sería garantizar un retiro digno, humano y acorde al esfuerzo realizado.
El futuro que nos dibujan es inquietante: empleados exhaustos, obligados a cumplir registros digitales cada día y condenados a jubilarse tarde, cuando la salud ya está quebrada. Un progreso que, en lugar de liberar al trabajador, lo convierte en esclavo del reloj… hasta el final de sus días.