Siendo las 12 horas del jueves 6 de noviembre de 2025, hora prevista de comienzo del último pleno de la Diputación Provincial, se constata que se encuentran en sus sillas el presidente, Isaac Claver, la secretaria, el interventor y veinte diputados.
Durante veinte minutos, cuatro sillas permanecen vacías: la del portavoz del PP, las de las viceportavoces de PP y PSOE, y la de quien suscribe. De pie, deprisa y corriendo y en un pasillo, tratamos de cerrar las negociaciones de las cuatro propuestas de resolución presentadas por los grupos en tiempo y forma. ¿Por qué este trajín? Porque en lugar de negociar en las horas previas a la sesión, se nos llama a las doce menos cinco.
Insólita, vergonzante y, como le gusta decir al presidente provincial, “histórica” situación, provocada única y exclusivamente por la falta de planificación, de dedicación, de diálogo y, sobre todo, por una falta absoluta de respeto: al único grupo de la oposición, a la institución y, en consecuencia, a toda la ciudadanía altoaragonesa.
Hay cuestiones que, siendo inauditas, pueden entenderse como parte del estilo o de la forma de gobernar de cada equipo, y eso es respetable. Sin embargo, la falta de respeto institucional no puede enmascararse como una nueva forma de gobernar. No puede presentarse como modernidad lo que en realidad es una ausencia de diálogo, de transparencia y de consideración hacia quienes también representamos a los vecinos y vecinas de esta provincia.
Por si esto fuera poco, asistimos además al espectáculo (hace dos años era sorprendente, ahora ya resulta aburrido por repetitivo) del presidente provincial, que pleno sí y pleno también pretende aleccionar a la oposición de manera poco improvisada, erigiendo su asiento en un púlpito desde donde sólo él marca qué es lo moral y lo correcto. En ese pleno del 6 de noviembre, incluso apuntó de manera directa a un diputado de la oposición por un comentario en sus redes sociales. Terminada la arenga, le negó el uso de la palabra para defenderse, rebatir la moralina o confrontar. Parece que su palabra es ley, incluso cuando se trata de la opinión expresada por otra persona.
Estamos ante una forma de proceder que rompe todas las normas del respeto institucional y degrada el papel de una institución que debería ser, como había sido hasta 2023, ejemplo de convivencia democrática y de diálogo sosegado. Ahora, sin embargo, somos mal ejemplo y por cuestiones que no debemos en ningún caso normalizar o justificar.
Creo, humildemente, que en política no podemos olvidar nunca que el poder es siempre circunstancial. Quienes hoy gobiernan deberían ser conscientes de que algún día, puede que en menos de dos años, las tornas cambiarán. El trato que hoy dispensan a la oposición será el legado que dejen a sus propios compañeros y compañeras de partido.
Los vecinos y vecinas de nuestros pueblos, porque a eso es a lo que debería dedicarse la Diputación, a los pueblos, esperan de nosotros rigor, compromiso y respeto. Y lo mínimo que merece esta provincia es una institución que funcione con seriedad, con diálogo y con respeto, y no debemos normalizar lo contrario.