Madrid era como una enorme corrala de zarzuela en la que las corraleras, alzando la voz, y con pique entre ella, intentaban llamar la atención de los castizos. Al ver la ristra de féminas portadoras de la pancarta, mi imaginación se salió de rieles y me vino a la mente el rebote de las colegialas contra la madre superiora tras recriminarles por llevar la falda morada, esto sí, encima de la rodilla. La otra pancarta la de las “honorables” ministras dando saltitos como parvulitas, ofrecían todo el glamur de otra ristra de ajos y cebollas. ¿Manifestación por la mujer y por la igualdad?. Pero ¿qué mujer y que igualdad?. Afortunadamente la admirable naturaleza polarizó la realidad en machos y hembras. Algo bien distinto es que tanto unos como otras busquen en su diferencia la superioridad. Y, todo el mundo sabe que tanto unas como otros tienen recursos para imponerse, anular y conseguir lo que cada parte pretende a costa del otro o de la otra. Guste o no guste, la hembra es hembra y el macho, macho, y esto no por flujos metatemporales reorganizadores de la realidad, sino porque, con capricho o sin capricho, así lo ha articulado la naturaleza. La peculiaridad incontestable de la hembra es que solo ella está capacitada para engendrar vida racional. Esto es difícilmente explicable, y más inexplicable es que se use como pretexto para postergarlas o, lo que es peor, que ellas, las mujeres, vean en esa peculiaridad, la maternidad, una mala jugada de la naturaleza y pretendan enmendarla.
Lo único que tiene de positivo esa aberración demoledora llamada “trans”, es la estruendosa protesta de la propia naturaleza que nos avisa de estar en un final. Es como si, porque de forma excepcional, uno nace cojo, hubiera quien reclamara el derecho a modificarse una pierna, por el empaque, el ritmo, incluso la personalidad y, por lo tanto, satisfacción, que puede darle el ir cojeando. El final ya es la esquizofrenia del colectivo que denuncia el agotamiento a que estamos llevando nuestro entorno natural y, a su vez, ver como natural que diluyamos la propia naturaleza anulando las diferencias que son naturales.
Una civilización que ha llegado a la conclusión de que hay que mitigar diferencias como estas es una civilización agotada. Otra cosa es que se hagan categorías artificiales de acuerdo con la diferencias entre hombre y mujer, buscando distintos baremos en ponderación, valoración de derechos, retribuciones económicas, posiciones sociales, privilegios, preeminencias…, y postergaciones, desaires, minuvaloraciones … potenciando esa diferencia. Nadie cuestiona que en el deporte los baremos de calificación tienen que ser distintos para el hombre y la mujer, porque son diferentes con diferentes posibilidades. A pesar de ser inconmensurable el número de borregos (y borregas) nadie reclama equipos deportivos paritarios y baremos únicos. Además, es palpable que hay actividades, posicionamientos, actitudes, en las que el hombre no puede competir con la mujer, lo que es para enorgullecerse tanto unos como otras. Lejos de ser una reivindicación de la igualdad, las cremalleras, la paridad como intento de subsanar diferencias, al menos, es una memez que anula en la barahúnda. La armonía está en la sintonía, no en la monotonía, esa sintonía que vemos en otros seres vivientes, en nuestros paisajes, e incluso, en los cambios atmosféricos. Aceptar que, se quiera o no, la naturaleza está formada por dos polos que en la categoría de los humanos son el masculino y femenino, trae por si sola equilibrio, sintonía, incluso belleza. Estarán superados los romanticismos aduladores, pero estamos perdidos fomentando falsos equilibrios cuando hay desequilibrios que son un complemento enriquecedor.
Puede estar bien que un colectivo de mujeres quiera llamar la atención sobre algunas discriminaciones, pero ellas deben ser conscientes de que las hembras, las mujeres, son imprescindibles en la diferencia, y reclamar que con diferentes parámetros que a los hombres se le evalúe justamente en diferencia de respuestas, y que en sus diferentes condiciones se les integre en igualdad, que no en uniformidad anuladora.
Lisístrata y sus congéneres decidieron corporativamente desairar a sus machos, simplemente, no aliviándoles allí donde más les picaba. Justo lo contrario se han propuesto las “encantadoras” Lolitas: hacer intensamente real la procaz metáfora de uso coloquial, hasta el extremo de dejar exhausto al oponente. Para eso su modus vivendi es “sí o sí”. El resto de los mortales, los que pensamos que el “día de la mujer”, se ha salido de madre, ya tuvimos una época en que una sección de ellas reivindicaba la feminidad con camisa azul. ¡Faltaría más!, estas eran “profachas”, y están extintas; las de ahora, reencarnación virtual de la Pasionaria, son neoredentoras de la humanidad. Triquiñuelas de la Memoria Histórica. El desparpajo con que las de las pancartas han invadido la feminidad, si de algo es síntoma, mal que les pese, es del atolondramiento a que están llevando nuestra civilización.