El Evangelio de hoy nos muestra la “inculturación” de Jesús en la comunidad humana. El Hijo de Dios se ha hecho uno como nosotros, ha querido caminar con nosotros… se asentó en un momento concreto de nuestra historia y creció en una familia.
La familia de Nazaret, compuesta por María y José, fue la responsable de velar por el cuidado y la educación de Jesús; así lo dispuso Dios Padre. No era una familia inusual, sino normal, con los avatares y las desavenencias de cada día, con los proyectos y las ilusiones, que vivía y celebraba las tradiciones de su cultura, que compartía entre familia y con los amigos.
Los evangelistas nos muestran pocos detalles de los consanguíneos de Jesús. San Lucas nos dice que los padres de Jesús le buscaban entre los parientes y conocidos… que, como de costumbre, habían subido a la fiesta en Jerusalén.
No era extraño que Jesús no estuviera junto a sus padres en el retorno a sus hogares después de aquella peregrinación… fácilmente podría encontrarse jugando con sus primos y sus amigos mientras caminaban a Nazaret. Luego de un día de búsqueda incesante entre los que regresaban, con la tarde de caída y el pánico a flor de piel, deciden volver a Jerusalén.
Al cabo de tres días lo encontraron enseñando en el templo. Todos los presentes estaban estupefactos de la sabiduría que tenía. Las palabras de María son las palabras de una madre desesperada: “Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando…”
La consternación que sus padres tenían no impidió la búsqueda de Jesús. María y José habían asumido un compromiso, sabían que no podían fallarle al Señor y mucho menos a sí mismos. Su ejemplo como padres debe estimular la conciencia de la sociedad actual. No podemos negar que existe un claro conocimiento de lo que significa cuidar de los más pequeños, sobre todo en la tarea de ayudarles a crecer en conocimientos… pero hace falta mucho más. La presencia de los padres, que demandan los hijos en determinadas edades, es sustituida por aparatos o personas ajenas a las familias. Ante esta situación, es necesario que revaloricemos el acompañamiento, como elemento que fortalece la confianza, da seguridad y permite el vínculo permanente con los progenitores.
Por otro lado, el tema del aborto sigue siendo una de las luchas en nuestra sociedad. La ideología de género pretende instaurar una cultura asesina, que parte de un individualismo socarrado que no reconoce la dignidad del recién engendrado, sino que apuesta por unos “valores” antihumanos. Los cristianos estamos invitados a predicar con valentía la dignidad que tiene el embrión desde su concepción, la seguridad que se debe brindar al feto durante su estadía en el vientre materno y los cuidados en sus diferentes etapas tras el nacimiento.
Hoy podemos fijarnos en la familia de Nazaret. El Evangelio nos dice que el niño progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres… Esto no sólo se debe a la sabiduría innata que le viene por ser el Hijo de Dios… sino también por el hecho de haber crecido en los valores de un hogar, de una familia… algo que no podemos obviar.
Cuando contemplo al Niño en el portal de Belén, pienso en los valores que hemos heredado del cristianismo: el amor, la libertad, el respeto a la vida, la dignidad, la confianza, la honestidad… valores que hoy pretenden sustituir por antivalores que van contra la vida humana. No permitamos que nos roben lo que nos ha ayudado a ser lo que hoy somos… no permitamos que nos quiten la ilusión de la Navidad, no consintamos que eliminen los símbolos de la fe que por años han orlado nuestras familias…
Que María, José y el Niño nos ayuden en nuestro caminar como familias cristianas…