Lo efímero

Profesor y pintor
06 de Enero de 2024

En sus Remedios contra la desdicha, Francesco Petrarca mantiene un diálogo entre el dolor y la razón. En un momento de esa conversación podemos leer:

DOLOR: estoy viejo y mi época buena se quedó atrás

RAZÓN. Toda época es buena si haces buen uso de ella, igual que es mala si lo haces mal, pero en ambos casos es efímera y además siempre está cerca de su fin, donde os esperan tanto la recompensa para los buenos como los suplicios para los malvados.

Esa división entre lo bueno y lo malo que nos han grabado a fuego desde nuestra más tierna infancia, que lleva a los unos hacia una recompensa  merecida y a los otros a diversos modos de sufrimiento es un lastre que resulta prácticamente imposible lanzar al vacío de nuestro pensamiento.( No deja de ser chocante, por otra parte, la utilización del singular, –la recompensa–, para el primero de los grupos y el plural, –los suplicios–, para el segundo que hace el poeta, filósofo y filólogo nacido en Arezzo en los albores del siglo XIV).

Pero en ambos casos lo efímero es el lugar común; eso que está siempre cerca de su fin. La escasa duración de todo, sea bueno o malo, es la verdadera sustancia de nuestra realidad. Esa que pretendemos maquillar de diversas formas para no enloquecer como única salida. Pasamos la mayor parte de ese tiempo efímero del que disponemos distrayendo la atención de la única certeza que nos ha sido dada:  nuestra época, buena o mala, está por esencia cerca de su fin.

Occidente ha recurrido habitualmente a religiones que nos prometen en la práctica totalidad de los casos un alargamiento indefinido de nuestra realidad, que se mantiene de manera misteriosa y sin variaciones por una o varias eternidades. Oriente ha predicado desde tiempo inmemorial  una mutación permanente que se aproxima sin rubor a   la teoría  que nos indica que nada se crea ni se destruye; que solo se transforma, como formulara el conocido como padre de la química Antoine-Laurent Lavoisier hace solo unos cientos de años. No importa la ubicación ni el momento en  el que aparecen los movimientos religiosos, oriente u occidente, miles de años antes de Cristo o dos siglos y pico después. Han sido y siguen siendo un remedio universal de distracción para la realidad, para lo efímero de nuestra existencia.

La ciencia es otro de los recursos habituales que han utilizado muchos de los que se plantean la pregunta fundamental en el intento generalizado de prolongar  lo instantáneo de nuestra realidad. Y hay que reconocer que ha dado para mucho desgajando de la fuente fundamental, la filosofía, un número creciente de ciencias de todo pelaje destinadas a enajenar a sus sesudos investigadores y a las legiones de sus creyentes. Algunas de ellas se han mostrado especialmente adecuadas al entretenimiento de sus secuaces y durante siglos han ido elaborando una estructura que les hace soñar con la eternidad de sus presupuestos. Especialmente en el momento actual en el que creen haberse convertido en creadores de un nueva realidad  y una nueva inteligencia con capacidades infinitas…

Existen abundantes actividades humanas que cumplen de igual modo con el objetivo de aliviar la crudeza del caldo de cultivo en el que chapoteamos que reúnen variados modos de distracción y se agrupan bajo el nombre genérico de arte tales como la pintura, escultura, arquitectura, cerámica, orfebrería... Grupo al que se han sumado en los últimos tiempos, como en el caso de las ciencias, nuevas maneras de las que bastará recordar dos:  la cocina y las pantallas .

Aunque el porcentaje mayor es, sin duda, el de quienes no se plantean absolutamente nada y se limitan a certificar en uno u otro momento lo rápido que ha pasado todo, incluso cuando todo es simplemente nada. Multitud de vidas inútiles que han envejecido viendo quedar atrás épocas que no pueden definir como buenas ni como malas porque en ningún momento  han sentido la necesidad de preguntarse el por qué de su existencia. Vidas que definen con total intensidad el significado de ese adjetivo que titula estas líneas: efímero.

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