Fernando Alvira Banzo

Los errores

Profesor y pintor
28 de Octubre de 2022
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También solía decir en clase, sobre todo los últimos años, que todo el mundo tiene derecho a equivocarse algunas veces al día. Pasé en la juventud por la senda de los Sanchos que, según alguno de mis maestros, recorremos la mayoría de los que dedicamos la vida a la enseñanza. De Sancho el Bravo, capaz de arremeter contra la totalidad del sistema para convertirlo en algo útil para sus primeros alumnos a Sancho el Fuerte, que utiliza una buena parte de su energía intentando acomodar sus originales propuestas a la estructura en la que no tiene más remedio que nadar para acabar en Sancho Panza que, de los tres, es el único que sabe diferenciar los gigantes de los molinos o viceversa…

A los jóvenes noveles, los bravos, les vendría como pedrada en ojo de boticario la reflexión de Don Santiago Ramón y Cajal (qué gran pintor se perdió cuando la medicina ganó uno de sus Nobel) cuando afirmaba que lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo. A quienes llevan ya algunos años entre pupitres, todavía bravos ellos, convendría advertirles que si se cierra la puerta a todos los errores, también la verdad puede quedarse fuera, como dijera Rabindranath Tagore más o menos por las mismas fechas y a los dos se les podría recordar que Sófocles, como veintitantos siglos antes, había indicado en alguno de sus poemas trágicos que la obstinación es el otro nombre de la estupidez. Fuertes y bravos suelen considerar que son el resto los que lo están haciendo casi todo mal no atendiendo a su correcta manera de entender la enseñanza y son obstinados por naturaleza. La verdad les pertenece.

La llegada a la tercera etapa, los Sanchos, supone que cuentan con lo que tienen a mano, se adecuan a la realidad que les envuelve y de los tres son los únicos que intuyen lo que diría unos siglos más tarde un colega irlandés del creador de su amo –cuya obra es considerada tan influyente en la literatura como el propio Quijote­–; Joyce, autor del Ulises que al parecer todo el mundo hemos tenido la obligación de haber leído en nuestros años mozos, afirmaba que los errores son los portales del conocimiento. Conocimiento al que se llega a través de los sentidos si atendemos al viejo proverbio latino nihil est in intelectum quod prius non fuerit in sensu. No hay nada en el intelecto que no haya pasado previamente por los sentidos, pese a que sólidas tendencias filosóficas hayan defendido lo contrario. En todo caso la práctica totalidad de conocimientos que adquirimos, nos llegan a través de uno u otro sentido.

Se aprende en el proceso, no en el resultado. La delicada flor salida de las inexpertas manos infantiles que hace babear anualmente a las mamás en los primeros días de mayo aporta conocimiento a quien la elabora hasta que tiene el resultado final en las manos. A partir de ese momento solo puede suponer al joven artista un aumento puntual de besos y abrazos. El aprendizaje ha quedado atrás: en el manejo de los materiales y en las acciones precisas para convertirlos en el regalo del día de la madre; dibujar, recortar, componer, encontrar el mejor procedimiento pictórico para el soporte que se utiliza, considerar la gama de colores con que se va a contar, los rotuladores o los pinceles más adecuados para aplicar el color al soporte elegido. Y especialmente en la solución de los errores. El aprendizaje  se nutre de la búsqueda de nuevas soluciones.

Las clases de Expresión Plástica, esa asignatura sideral que ha tenido tantos nombres como planes de estudio incontables han existido a lo largo de los dos siglos pasados, aporta específicamente en la educación de los ciudadanos el aprendizaje y el desarrollo de los sentidos; de todos los sentidos (Aún recuerdo la cara que me puso alguna de las profesoras del primer colegio privado femenino en el que dí clases cuando notó que había acentuado con ingenua intención el “todos”…).

Y se aprende con especial intensidad cuando se superan los continuos errores cometidos en cada paso. Solo desde los errores cometidos podemos caer en la búsqueda de nuevas soluciones para los mismos problemas. Algo que los expertos creo definen como creatividad y que ha servido entre otras muchas cosas para que el hombre, a lo largo de la historia, haya sido capaz de pasar de eliminar a pedradas o garrotazos a su vecino, a hacerlo desde el sofá de su casa dirigiendo un dron cargado de todo menos de buenas intenciones a la cabeza de su colindante.

Dar con el resultado acertado a la primera por sistema no ocurre pero si ocurriera no serviría demasiado al desarrollo intelectual de los ciudadanos con independencia del nivel en el que se encuentren. El error es la puerta al conocimiento, lo diga Joyce o mi vecino de rellano.

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