El pasado 8 de agosto se celebró en la plaza de toros de Huesca una misa previa a los festejos taurinos. Como mujer creyente y como portavoz de Verdes Equo Huesca, siento la necesidad de compartir una reflexión que nace tanto de mi fe como de mi compromiso ético y político.
Para mí, la fe es un camino que invita al respeto, a la compasión y al cuidado de toda la creación. La figura de Jesús en los Evangelios nos habla de misericordia, de ponerse del lado del débil, de proteger a quien sufre. Por eso me resulta doloroso que una celebración litúrgica, que debería ser un momento de paz y recogimiento, se vincule con un espectáculo que implica sufrimiento y muerte para un animal. Y más aún, que esta misa se presente como bendición de un tipo de fiesta que, sin el consumo excesivo de alcohol y el ambiente de desfase, tendría muy poco recorrido en nuestra ciudad. No es esa la alegría ni la fraternidad que la fe nos invita a celebrar.
Además, conviene recordar que la unión entre la misa y las corridas de toros no es una tradición inmemorial, sino que fue reforzada y promovida durante la dictadura franquista como símbolo de una identidad “nacional católica” impuesta. En aquel contexto, asistir a misa y a los toros se convirtió en una forma de “ser buen español” según los valores oficiales de un régimen autoritario. Esa herencia todavía perdura en algunos actos, pero no nos define como sociedad democrática y plural del siglo XXI.
No se trata de ir contra las tradiciones por sistema ni de juzgar a quienes participan, sino de preguntarnos si la Iglesia y la liturgia deben avalar actos que entran en conflicto con el mensaje de amor y cuidado que proclamamos. La misa, celebrada en cualquier lugar, debería ser un signo de vida, no un preludio a la violencia o a un modelo de fiesta que no siempre representa lo mejor de nosotros.
En un momento en que tantas personas buscan reconciliar su fe con un mundo más justo y compasivo, creo que es importante que también nuestras celebraciones religiosas se alineen con esos valores. Podemos honrar nuestras fiestas, nuestra cultura y nuestras creencias sin necesidad de asociarlas al maltrato animal ni a excesos que poco tienen que ver con el Evangelio.
El mensaje cristiano es lo suficientemente grande y bello como para no necesitar de la sangre, del sufrimiento ni del desfase para celebrarse. Esa es la fe que vivo, y el mundo que deseo construir: uno donde la tradición y la ética caminen juntas, en paz con todos los seres vivos.