Luis Ángel Pérez de la Pinta

Gracias, Javier

Periodista y formador
22 de Julio de 2022
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Mi primer recuerdo asociado a la lectura tiene que ver con un periódico y el segundo, con un tebeo. De los dos, forma también parte mi padre, que es quien traía a casa unos y otros. Los tebeos me los ofrecía y el periódico lo cogía yo solo. Me gustaba porque era cosa de mayores y empecé a disfrutarlo, primero, por las páginas de sucesos –las informaciones más fáciles de entender- y, después, sin comprender demasiado, por las columnas breves de opinión, que me parecían, muchas veces, hasta mejores que los cuentos. Con el tiempo, supe empezar a entender también el resto de páginas y me prometí que, un día, escribiría yo en esas hojas grapadas que traía mi padre a casa y que compra hoy todavía a veces. Los libros, claro, llegaron después, pero me ahorré esa tan penosa literatura infantil con la que profesores sin ideas lograron convencer a una generación entera –la mía- de que leer era un rollo.

Al final, y con el tiempo, logré lo que me había prometido y, aunque no fue en aquel diario que todavía entra a veces los domingos en casa de mis padres, he estampado y estampo mi nombre en más de uno y dos periódicos y en muchas revistas y algún digital. Conforme más he escrito, eso sí, he comprobado que menos diarios compro y me he fijado, también, en que la frecuencia con la que mi padre echa mano de dos euros para enterarse de las noticias del día decae igualmente y en paralelo, pero no he dejado de leer tebeos. No son los de cuando era niño, claro, porque los que llaman mi atención ahora son de muchas más páginas y los entendidos, pretenciosamente, los llaman novelas gráficas, aunque para mí siguen siendo tebeos.

Hoy, como tantos, compro muy poca prensa y, en cursos que imparto y cuando tengo ocasión, explico que, si eso pasa, es porque los diarios que podemos encontrar en los cada vez menos numerosos quioscos y en las barras de algunos bares, no son como aquellos con los que empecé a leer yo y se parecen, cada vez más, a tebeos, pero no a estos que leo ahora, sino a los Mortadelos y los Pulgarcitos de a 25 pesetas que se leían en veinte minutos y tenían poco más aprovechable que la historieta que, por capítulos, iban publicando durante meses y con un episodio en cada número. Los protagonistas, claro, han cambiado y en lugar de superhéroes o caricatos son otros petimetres que, también, nos explican su vida por entregas haciéndolas llegar directamente y vía nota de prensa a las redacciones para que, corta y pega mediante, se publiquen sin que nadie ni siquiera las matice, comente o cuestione. Es cierto que los periódicos, ahora y antes, son respuestas ordenadas al caos que es la vida y que se elaboran, siempre, a partir de visiones concretas del devenir con las que se puede sintonizar o no, pero una cosa es aceptar eso y, otra muy distinta sentir que, cuando lees el periódico de cabecera de cualquier provincia de estas nuestras, hasta el Granma parece hecho con mesura y oficio.

Por eso, porque vivimos días, también en este oficio nuestro de contar cosas, de trajes prêt à porter mal cortados y con estilos que ni me gustan ni me sientan bien; saludo con ilusión iniciativas como este, renacido en formato digital, Diario de Huesca en el que hombres y mujeres a los que conozco y respeto intentarán regalarnos esa luz que necesitamos todos para levantar las posaderas y sacudirnos las cadenas nuevas que nos han regalado los de siempre para que nos atemos al suelo de una caverna que nos parece nuestra y lo es sólo a medias. Gracias, Javier, por hacerlo posible.

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