Luis Ángel Pérez de la Pinta

Hielos, café y agua

Periodista y formador
30 de Agosto de 2022
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Una de las cosas que más me gusta es el café y, todo el año, lo tomo con hielo, sin azúcar y largo. Como es natural, un café así cuesta más que uno solo y, en algunos sitios, el 1,50 o el 1,60 que suele valer el humilde expresso, se incrementa, si lo pido como me gusta, en hasta veinte céntimos que pago contento. A veces, si es en una cafetería de esas en las que el café americano se sirve junto a una pequeña jarrita de agua caliente, el precio pasa hasta de los dos euros y si, encima, te lo acompañan con una galleta o una pequeña madalena y un buenos días, hasta 2,50 me parecen poco porque el buen hacer y la amabilidad hay que pagarlos siempre.

Por eso, me ha sorprendido ver estos días cómo una señora de Zaragoza ha decidido convertirse en protagonista de una de esas habituales y repulsivas serpientes informativas veraniegas que suelen implicar a la hostelería y tienen los precios o cualquier otra cosa como excusa. El motivo del agravio, en este caso y como sé que adivinan, es el café, pedido a razón de uno cortado y otro con leche con tres hielos cada uno que se facturaron, consignándose (los hielos) en la cuenta, al, según la señora, inaceptable precio de 10 céntimos la unidad. El resultado de todo ello fue que el café con leche salió por 2.10 euros y el cortado, por 1.90. El desayuno se completó, además, con un bocadillo pequeño de jamón con tomate a un razonable precio de dos euros y todo tuvo lugar, además, en pleno centro de Zaragoza, durante este segunda quincena de agosto y en medio de una carestía notable vinculada al hielo y provocada por los elevados precios de la electricidad, en unos sitios y, en otros, por la suma diabólica de ese despropósito consecuencia, en parte, del ecologismo suicida que provocó el desordenado cierre de las minas y centrales térmicas nacionales, y de las restricciones en el suministro de agua con las que algunos alcaldes como el de mi pueblo, Barruelo de Santullán, han decidido alegrar el verano a sus administrados.

Aquí llegados, permítanme que dedique un cariñoso saludo al primer edil de mi localidad de origen y responsable de unas restricciones que, más que con la sequía, han tenido que ver con su incapacidad genética para entender que un pueblo de montaña como el que compartimos y que acoge a 4.000 personas en julio y agosto, no puede pasar en verano con las mismas infraestructuras que sirven razonablemente a los 1.250 que viven en invierno. De todos modos, este artículo no va sobre su mermada capacidad de gestión del agua, si no sobre la estupidez de una señora que, estoy seguro, nos regalaría, si fuese alcaldesa o presidenta de algo, momentos de gloria similares a los que acostumbra a brindar este manguán barruelano al que me refiero. Lo de la señora, con todo, es peor, porque es grave no entender que, cuando pagas por un hielo, pagas también por el aire acondicionado del que disfrutas, por el periódico que te lees y por la decoración que te alegra. Pagas, de hecho, hasta por la sonrisa del profesional que te sirve con respeto y técnica y al que, desde tu idiocia, vas a poner  verde en las redes sociales. Tal tontuna supera, incluso, hasta a lo que escribió el alcalde de mi pueblo el primer día que decidió cortar el agua por la noche: “No me es grado tomar esta decisión” plantó, con membrete oficial en ni más ni menos que en un bando. Algún grado, pero de cocción, es lo que imagino le faltan a él y todos los que no entienden que, ni siendo alcalde ni siendo simple cliente, se puede hacer el ridículo y joderle la vida al prójimo con ello. Seguramente, y como dice mi amigo Gregorio, pasa que, cuando entramos a un bar, sacamos nuestro morro de 50 euros sin recordar que nuestro bolsillo es de 10 y, como digo yo, pasa también que, en política, debiendo tener una exigencia equivalente a lo que nuestro mal enseñado morro nos pide en los bares, nos conformamos con un servicio que no vale ni los diez céntimos del hielo que escandalizan a la pingaliraina de Zaragoza. Por eso, porque pedimos más a quien no puede dar y exigimos menos a quien tiene la responsabilidad última de todo esto que pasa, nuestro bolsillo va a ir estando cada día más vacío. Yo, por mi parte, seguiré agradeciendo cada café bien hecho y exigiendo a cada inútil que está donde no debe que haga su puñetero trabajo como tiene que hacerlo.  Lo haré porque los hielos, el café y el agua importan más de lo que parece.

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