Estos días estamos viendo incendios en diferentes lugares de España que arrasan con todo a su paso. Desastres ecológicos, económicos, sociales y ambientales. Todos ellos en el mundo rural, donde los bosques y montes arden a una velocidad endiablada.
Hace unos días comentaba a través de este medio la necesidad de invertir en las zonas rurales. Hablaba de la importancia de las comunicaciones y del mantenimiento de los caminos. Un mantenimiento necesario, y diría que vital, también en los montes y los bosques. Espacios que compartimos todos los seres vivos, no sólo los humanos, que cada año atraen a más visitantes, y que en otras comunidades están quedando reducidos a cenizas.
En Aragón tenemos algunos ejemplos no tan lejanos de incendios voraces, todavía hoy convivimos con sus consecuencias. Pero en Galicia, Castilla-León o Extremadura están siendo demoledoras. Mucho se habla estos días de la importancia de la prevención, de la educación, del operativo, de la inversión en más medios y de la distancia entre la toma de decisiones y la vida en los pueblos.
El descenso de la carga ganadera, de la industria de la madera (hay que pensar que las ciudades se construyeron con las maderas de estos espacios), la legislación que ahoga las iniciativas empresariales en el medio rural, la imposibilidad de prácticas necesarias que han sido siempre comunes en nuestro entorno, la PAC… Son muchas, cada vez más, las trabas que impiden que en los pueblos se desarrollen actividades tradicionales que se habían mantenido con el paso de los años. Actividades necesarias tanto para la seguridad como para el desarrollo del territorio y que son esenciales para evitar encontrarnos, como ahora, frente a desgracias de una magnitud que todavía no podemos imaginar.
Por supuesto el cambio climático y las altas temperaturas aumentan el riesgo y las probabilidades, con incendios que sobrepasan lo que hasta ahora habíamos vivido. Nunca en nuestro país habíamos tenido que hacer frente a fuegos como los que estamos viendo estas semanas.
El mundo urbano necesita del mundo rural. Para el turismo, para oxigenar el aire, para mantener condiciones vitales, para alimentar, para construir o simplemente para vivir.
Pero desde el mundo urbano no se pueden delimitar las posibilidades de lo rural infrafinanciando servicios. Es prioritario cambiar esta tendencia, se debe invertir en las zonas rurales teniendo en cuenta sus particularidades. El reparto por habitante siempre beneficiará a las ciudades más pobladas y seguirá desprotegiendo a los pueblos, que no sólo cuentan con menos habitantes, también suelen tener más kilómetros cuadrados para conservar y mantener.
La legislación la tendrían que marcar las administraciones más cercanas, como son los ayuntamientos, que son los que conocen la realidad del territorio. Su voz no sólo debe ser escuchada, sino que debe ser tenida en cuenta por las administraciones superiores a la hora de dictar las normas, que luego deben desarrollar los consistorios a través de sus ordenanzas.
Hay que dar un giro de 180 grados urgentemente. Y hay que empezar por la legislación: ¿qué sentido tiene esperar meses por un informe para instalarse en una zona rural cuando en las ciudades hay mucha más flexibilidad? Ya vale de legislar desde lejos sin escuchar ni dejar que cada territorio se desarrolle como sus gentes establezcan. Ya vale de saquear el mundo rural para beneficio de algunos sin aportar ni un euro a cambio. Ya vale de pensar en nuestro territorio, ese que tanto nos ha costado mantener, para instalar en él megaproyectos que nada aportan al municipio donde se instalan. Ya vale de enfrentar a la gente del mundo rural por dinero.
En resumen: carga burocrática, abuso, explotación, codicia... ruptura del mundo urbano con el rural, que piensa en él como un sitio para veranear, no para habitar.
Es momento de dar un paso al frente y, quien de verdad crea en un mundo mejor, fortalezca el medio rural tomando decisiones que de verdad ayuden a mejorar esta sociedad y el futuro de las generaciones venideras.
De otro modo, lo que estamos viviendo estos días cada vez tendrá peores consecuencias. Se nos recordará como la época en la que el hombre perdió el respeto por la tierra que le da de comer, para dársela al poder económico, que solo busca su interés personal.