Me apetecía coger la pluma (sí, es una metáfora) para opinar sobre la palabra plaga y sobre la palabra mascota porque ambas, siendo sólo conceptos vagos, generan polarizaciones considerables que conducen incluso a romper amistades, y sé de qué hablo.
Tengo la suerte de tener un hermano sabio (más de uno) que me enseñó que la palabra plaga está mal utilizada. Los seres vivos se adaptan a las dificultades que les plantea el medio para poder sobrevivir y en muchas ocasiones lo hacen muy bien...no son plagas.
La única plaga que pone en peligro el ecosistema es la humanidad, porque lo es en sí misma o porque interfiere en los ecosistemas alterándolos, introduciendo especies ajenas o provocando situaciones antinaturales.
Pongamos un ejemplo sencillo, cotidiano y que choca de frente con el amor mal entendido que muchas personas tienen por los animales que conviven en nuestro ecosistema.
Alimentar a colonias de gatos en las ciudades…si en vez de gatos fueran jaurías de perros jamás lo toleraríamos porque serían peligrosos. Nadie en sus cabales vería con buenos ojos que hubiera colonias de perros asilvestrados en los jardines y que los alimentáramos nosotros. Y eso a pesar de que todo el mundo conoce la dependencia que tienen los perros de nosotros y la independencia absoluta de los felinos.
Alimentar a los gatos en las calles tiene muchas consecuencias. En primer lugar, si están bien alimentados no cazan cucarachas (que no les gustan) ni ratas, que implican riesgo y dificultades. Está demostrado que en las ciudades donde se alimenta a los gatos proliferan más las cucarachas y las ratas. Al mismo tiempo esa sobrepoblación de gatos provoca la disminución grave de pájaros porque acceder a las crías y a los huevos es una tarea fácil para un gato aburrido.
Estas afirmaciones no son gratuitas, están avaladas por numerosos estudios e investigaciones científicas. Quizás conviene aquí recordar que la alimentación de gatos en las ciudades está ya prohibida en varios países.
¿Qué hemos hecho? Exactamente eso…alterar el ecosistema urbano. Y provocar la muerte de numerosas especies que, desde luego, están en bastante más riesgo que las cucarachas o las ratas…los gorriones por ejemplo.
Y aquí llegan las primeras grandes contradicciones legislativas. En Huesca (y en muchas otras poblaciones) hay ciudadanas que tienen un carnet de alimentadoras de gatos y presumen de ello. En otros municipios (de la provincia de València por ejemplo) está prohibido alimentarlos bajo pena de multas que, es cierto, no sirven para nada porque, y más después de la Dana con tantos locales vacíos y destruidos, las buenas gentes que creen que aman a los animales más que yo, les siguen poniendo comida, debajo de mi coche por ejemplo.
Esta gente que alimenta a los gatos en la calle suele tener (la estadística no miente, sólo disfraza) gatos o perros en sus domicilios.
La inmensa mayoría los llama mascotas y en una auténtica exhibición de supremacismo consideran que tienen derecho legítimo a castrar a los animales para tener mascotas más cómodas…que no huyan por los tejados para pelearse por el sexo o que muestren su agresividad natural investidos de testosterona.
Sé que mucha gente no estará de acuerdo conmigo, pero no suelen ofrecer argumentos, suelen ofrecer la misma agresividad que les molesta en sus mascotas. Talibanes que creen que amar es tener derechos sobre otros seres vivos a los que nunca preguntaron si deseaban ser castrados porque se sienten superiores… ¿No os suena esto?
Alguna de estas personas, además, te miran por encima del hombro y te regalan miradas de lástima, como perdonando tu ignorancia.
Yo mientras tanto prefiero presumir de tener la mayor colección de mariposas vivas del mundo (sí, esas que ves libres y que son de todos) y llorar inevitablemente cuando miro a los ojos al gorila del Bioparc de València o contemplo desolado cómo la beluga del oceanográfico interactúa tras el cristal con una niña de tres años.
Ellos sí perdonan nuestra ignorancia…yo no puedo.