Quizás la cuestión sería: ¿por qué cuando preguntamos a las personas qué les gusta hacer, la mayoría responde, viajar? Es una tendencia constante porque la especie humana nació siendo nómada y aún no ha terminado de asentarse en un lugar definitivo. Es cierto que esto sucede por diferentes circunstancias. En muchas ocasiones, el deseo de viajar se activa por el interés en conocer otras culturas y otras formas de entender la vida. Luego, están quienes, debido a su situación personal en su tierra de origen, no pueden vivir con un mínimo de garantías, ya sean económicas o de seguridad personal y familiar. Este es el principio de la migración: un sistema condicionado a no morir para desgracia de nuestra especie.
Desde siempre, las migraciones han sido la forma natural utilizada por los seres vivos para buscar mejores condiciones de vida. Durante la Edad Moderna, los procesos colonizadores iniciados por las naciones europeas, entre los siglos XVI y XIX, dieron lugar a la explotación de sus riquezas naturales y a la esclavitud. Cuando la fuerza laboral empezó a escasear fue sustituida por aborígenes africanos transportados, como mercancía perecedera, a la fuerza y en condiciones penosas, mediante el sistema de la trata de esclavos, en el que España fue una de las principales precursoras. A aquellas poblaciones, arrancadas de sus países de origen, se las explotaba en muchos casos hasta la muerte.
Las migraciones actuales, que tanto alarman a una parte de las sociedades occidentales, tienen en común con aquellas del pasado que son forzosas, no voluntarias. Los migrantes están sometidos a redes de trata clandestinas y muchos mueren en su camino hacia la tierra prometida. En buena medida, los migrantes del siglo XXI sufren fenómenos similares de explotación y esclavitud, aunque en otro contexto social.
Entre la década de los 60 y mediados de los 70, dos millones de españoles emigraron, fundamentalmente a Alemania, Francia y Suiza, huyendo de la pobreza. Más de la mitad lo hizo de forma irregular, sin contar con el medio millón de exiliados después de la Guerra Civil que nunca regresaron. A la vista de estas cifras, no parece lógica la incomprensión frente a la llegada de extranjeros a España. ¡Cuánta desmemoria!
Afortunadamente, en las últimas décadas, con la llegada de la democracia y el desarrollo económico, España se ha convertido en un lugar de destino. Actualmente, es el noveno país con mejor calidad de vida en Europa. Congratulémonos por ello y combatamos las ideas egoístas, xenófobas y ultranacionalistas de la nueva derecha mundial.
En España, la población inmigrante representaba en abril de 2024 el 14 % de la población total (la más alta en los últimos 15 años). Su mayor porcentaje proviene de América Latina (36 %) y de países africanos (14 %). El otro 50 % procede de Europa y Asia. Esto significa que la mitad de la población inmigrante que llega a España, en su mayoría en edad de trabajar, proviene de países que fueron colonias entre los siglos XVI y XX o que fueron afectados por el tráfico de esclavos. Podríamos decir que se trata de un "proceso de explotación a la inversa", en el que el 50 % de la fuerza laboral que llega a España vuelve a sufrir una apropiación de su trabajo, desempeñando los empleos menos cualificados y peor pagados que necesita el sistema capitalista europeo para funcionar con costes razonables. Sin embargo, estos procesos son el germen de una creciente desigualdad social, la cual, a su vez, se convierte en un vector de descontento. Hoy somos testigos de ello en España y en la Unión Europea.
El primer considerando de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos sitúa en el verdadero sentido de la libertad por el simple hecho de ser individuos pertenecientes a la especie humana, sin ningún otro condicionamiento. Así pues, señala:
"Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana".
Estos tres pilares nos dan la base para entender que la igualdad entre todos debe prevalecer.
Por ello, en la búsqueda de nuestro propio camino, debemos ser capaces de entender que el verdadero propósito es mejorar la situación general. Nunca debe primar el egoísmo de posesión sobre aquello que pertenece a todos: la igualdad, la libertad y el respeto.
Todos somos migrantes y nadie lo es. La Tierra es la casa de todos.
Debatia 5 (*):
Isabel Alfaya Hurtado, abogada
Francisco Benito Escudero, economista
Luis Cendrero Uceda, abogado
Amador González Aparicio, abogado
Antonio Morlanes Remiro, empresario