Miguel Ángel de Uña Mateos

Múnich-Barcelona

Médico psiquiatra
19 de Diciembre de 2022
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El que siga esta columna, si es que alguien lo hace, conoce mi amor por la Historia, mi referencia contínua a la misma como modo de comprensión del presente. Tal vez parezca abusivo, pero me limito a seguir esa manoseado aforismo marxiano –pasada por HEGEL- sobre la repetición de la historia, “una vez como tragedia, otra como farsa” en su magnífico opúsculo “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Permítaseme discrepar con KARL MARX, la historia se repite en lo básico, pero no siempre esa segunda parte es una farsa por necesidad.

El espíritu de Munich, que deriva de los Acuerdos de Múnich firmados en Septiembre de 1938, representa la ilusión infantil de algunos políticos  seguida sin apenas fisuras por la opinión pública gracias a la labor de una prensa sin capacidad crítica ante el poder. Cuando CHAMBERLAIN desembarcó del avión agitando el tratado en la mano y diciendo “traigo la paz para nuestro tiempo”, no solo se engañó a sí mismo y a una parte significativa de la clase política británica, sino a las masas que se agarraron a aquel papel como si de un decreto divino se tratara. Nunca CHURCHILL, que había pasado largos períodos transitando el desierto, estuvo tan solo. Hay que recordar la alegría, llorada más tarde como ingenuidad, de STEFAN ZWEIG creyendo que CHAMBERLAIN había alcanzado la paz con el que le había echado de Austria, quemado sus libros, prohibido su nombre en Alemania y devuelto al ghetto a su “raza”.

Conocemos las consecuencias de la política de apaciguamiento: 70.000 checos expulsados de los Sudetes; depredadores polacos y húngaros (hay pocos inocentes en la Historia) ahogaron a otros 150.000; Eslovaquia se transformó en un estado  títere.  164 días después de  los Acuerdos de Múnich, Chequia era engullida por el dictador alemán; un  mes después, Albania fue botín del fascismo italiano. Para la España republicana, significó el final de la esperanza que supuso el paso del Ebro, noviembre del 38 fue la fecha real de la derrota republicana. La paz para nuestro tiempo fue la antesala necesaria  de la II Guerra Mundial, del cambio de dirección de STALIN que permitió a HITLER ocupar toda Europa entre 1939 y 1941, sufriendo poco más de 100.000 muertos, el costo de la batalla de Verdún en 1916.

CHAMBERLAIN, como las masas que le aplaudían,  el aliviado S. ZWEIG, sabían ese 30 de Septiembre de 1938, que HITLER era un dictador inmisericorde, que había mentido desde que tomó el poder, que su rearme iba más allá de la reparación a la humillación de Versalles. Podía escuchar voces que le advertían sobre el error de mantener la política de apaciguamiento, iniciada con los pellizcos de monja tras la invasión de Abisinia, el silencio ante la burla de la No Intervención en la guerra de España, la aceptación de la absorción de Austria sin aspavientos. Pero solo escuchó, como la mayor parte de las opiniones públicas británica y francesa, la voz de la cobardía y, en algunos casos, de la aquiescencia con la política fascista, entendida como muro antibolchevique.

Enfrentarse a un agresor puede llevar dos tipos de respuesta: afrontarla y comenzar un conflicto justo, o darle aquello que desea sin resistencia, defendiendo que la “paz” es el bien superior, por encima de la propia integridad o de la dignidad. También cabe que se esté totalmente de acuerdo con el agresor y decidas ser su colaborador, aunque te quite lo tuyo. Evitar el conflicto al precio que sea, tapándose los ojos ante el desagradable futuro. Ese fue el espíritu de Múnich.

Oyendo a PEDRO SÁNCHEZ en Barcelona el pasado 11 de Diciembre, y con la distancia enorme de la época, no he podido menos que recordar las palabras de CHAMBERLAIN bajando del avión que le trajo desde Múnich. Nos trae la “paz de nuestro tiempo”, aplaudido por parte de la clase política entregada a la causa del apaciguamiento con el nacionalismo catalán (y de los extendidos Países Catalanes, incluida la Franja claro), vasco (con su cada vez más real anchluss de Navarra), rabiosamente defendido por la prensa y medios audiovisuales adictos, seguido con una pereza cósmica por una opinión pública entregada al consumismo propio de las fechas, alimentada por un deseo de ataraxia después del largo sufrimiento de una pandemia que ha logrado dar carácter lanar a una parte muy amplia de la sociedad.

Es evidente que JUNQUERAS o el majadero PUIGDEMONT no son comparables con los caudillos fascistas, y que la situación española actual no tiene, ni de lejos, un mimético parangón con la que vivió  Europa entre 1933 y 1939. Seguro que en ningún caso habrá escalones tan dramáticos como los que he referido, ni siquiera en el peor de los casos. Pero sí me parece claro que el ejemplo CHAMBERLAIN y el espíritu de Múnich ha llegado para quedarse en la política española, transformado en el espíritu de Barcelona.  Han pasado poco más de 24 horas desde que PEDRO SÁNCHEZ asumió los riesgos de su apaciguamiento, y ya tenemos una propuesta de referéndum válido para la independencia por parte de sus socios de ERC, válido con la aprobación de menos del 30% de la población censada en Cataluña. Ni siquiera han pasado 165 días desde que la sedición y la malversación desparecieron como muros democráticos ante aventuras secesionistas. Silencio por parte del Gobierno (hay que recordar que una parte del mismo está totalmente de acuerdo con los secesionistas), silencio por parte de los medios adictos (el objetivo fundamental es pararle los pies al “fascismo”), ausencia total de respuesta por parte de la opinión pública empeñada en volver del largo puente de la pandemia como si nada hubiera cambiado. El espíritu de Barcelona, como el de Múnich, puede traer el sosiego momentáneo, no traerá la tragedia de su precedente, pero su final no será una farsa como determina el aforismo marxiano.

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