Pablo Hernánz

No es el cuarto poder, es el primer derecho

Periodista y estratega en comunicación
19 de Julio de 2022
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No siempre que cierra un medio de comunicación se muere un poco la libertad. La libertad también muere desangrada en medios de comunicación que siguen abiertos. Decía Antonio Angulo que no hay nada más revolucionario en la vida y en el periodismo que la verdad. Por eso, la causa del buen periodismo merece seguir empujando una nueva imprenta en el siglo XXI. Una imprenta total, una comunicación trescientosesentagrados, como dicen ahora los cursis.

Nos quejamos los periodistas españoles -y con razón- de la censura que había con Franco y tal. De que faltaba libertad entonces. A diferencia de hoy, debe ser, todos libérrimos demócratas. Y por eso nos cuesta reconocer que vamos dejándonos voluntariamente trozos de libertad allá por donde vamos. Y echamos el aliento en nuestro espejo para que se empañe rápido y así no tener que reconocernos como los verdugos de nosotros mismos.

El periodismo es vanidoso. Que sin periodismo no hay democracia, decimos. ¡Ja! Es justo al contrario: sin democracia no hay periodismo. Y la democracia se define, entre otras cosas, por la cantidad, la calidad y la independencia de sus periodistas y por el producto de su periodismo. Y por cómo garantiza derechos. ¿Que es menos sana una democracia sin buen periodismo? Sí. Pero la existencia del periodismo así, sin matices, no garantiza una democracia sana. Las grandes dictaduras, que en realidad se autodefinen como democracias con apellidos, también tienen medios de comunicación. Pero nos encanta chapotear en el charco de presuponer al periodismo una supuesta calidad de serie en nuestra tranquilidad democrática.

Por eso aquí, por ese conformismo de venir de serie, ya hemos confundido la libertad con el poder, la grandilocuencia con la profesionalidad y el langostino con el palito de cangrejo. Y la conclusión podría parecer que sin rebaño no hay periodismo.

¿Qué es lo que queda cuando no hay libertad? ¿Qué es lo que somos cuando hay una moda de conciencia y tememos salirnos del carril por si nos señalan? ¿Qué somos cuando no se puede superar la frustración de no haber podido cubrir y contar una causa justa, una guerra de hace cien años o una huelga de mineros?

Cuando un periodista trata de encontrar un tono o una actitud de hace cien años para las noticias cercanas de hoy, donde no hay balas, se convierte en activista de lo absurdo. Un activista del sin periodismo no hay democracia, del sin rebaño no hay colegueo. Un activista con un hashtag, que es como pancarta milenial con faltas de ortografía. Un activista que en realidad es un periodista que se olvida de defender su dignidad y su libertad cuando vuelve a la redacción después de todo el día fuera y un subdirector levemente alfabetizado le cambia el titular para que no moleste a alguien que un día dejó mil míseros euros de publicidad institucional.

La guerra, la causa justa y las revoluciones de hoy, son la reivindicación, sobre todo de puertas para adentro, de la libertad y de la verdad. La vida cotidiana es una noticia en sí misma. Y es posible contarla con respeto a la verdad, con pasión y con belleza. O con crudeza. O con lo que se quiera: hechos verdaderos contados libremente. Esa es la guerra que hoy hay que salir a cubrir cada día. Cada verdad es un disparo, cada evidencia, una pieza de artillería. Cada ejercicio de libertad dentro, una conquista de territorio fuera. Porque lo que es, es. Hoy lo revolucionario del periodismo es que la verdad no se pierda entre palabras tabú y renuncias voluntarias a la verdad. No es un tema de posverdad. Es un asunto de temor. La verdad libre escuece a los que la cuentan y a quienes la escuchan. Pero hace libre. A todos. Y se nos está yendo entre las manos. Precisamente por tenerla muy vista y creerla eterna. Por no defenderla cada día. Por no sentirla amenazada.

La información no cuesta dinero. Esta ahí, en la calle, disponible para cualquiera. Lo que cuesta dinero es ordenarla, deglutirla y disponerla como derecho de otros. Por eso, esa cosa que se puso de moda del periodismo ciudadano empezó siendo una revolución necesaria de ciudadanos reprimidos por dictaduras, pero se ha terminado convirtiendo en cotilleo cibernético en las democracias. No todo, claro. Hasta en esto hay excepciones confirmadoras de la regla general.

El mismo derecho a buscar, encontrar y contar información tiene la señora Tomasa de mi pueblo cuando habla de Basilio, el hijo de la Reme, que la que tiene el director del primer periódico de España. El periodismo, que es lo que cuesta dinero, es un buen cómo sobre un qué verdadero. Lo que vale de verdad es que unos saben hacerte comprender la dimensión que tiene un algo, ponderarlo, medirlo. Y relacionarlo. Con lo cual, frente a unos que sólo se garantizan a sí mismos un derecho fundamental -el de difundir información- están los grandes periodistas. Éstos primero se lo garantizan a los ciudadanos -derecho a recibir información- y es al final, cuanto se meten en problemas por contar las cosas, cuando tomamos conciencia del coste que tiene garantizar ese derecho a todos. Eso es lo que hay que pagar. Eso es lo que cuesta dinero. Para eso vale un medio de comunicación.

Espero que El Diario de Huesca, cuyo anagrama se dibuja como el hierro de una ganadería legendaria, quiera tener vocación de ser el primer derecho. Y no de ser el cuarto poder. Y más ahora que los otros tres poderes andan como andan, tan cuestionados. Hay listas en las que es mejor no estar. Pero hay causas con las que es necesario comprometerse. Sobre todo en la de contar nuestra sencilla, rica y arrebatadoramente apasionante vida cotidiana. Ordenadita. Sin complejos. Y sin permiso. En libertad. E infinitamente mejor que la Tomasa desde su visillo o que cualquier activista de dedos cuestionables y hashtag nervioso.

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