Luis Ángel Pérez de la Pinta

No saber (pudiendo haber sabido)

Periodista y formador
28 de Julio de 2022
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En Cataluña, que es parte de España, si no sabes catalán, lo tienes peor que mal; pero, en España, que dejaría de ser el país que es si no incluyera Cataluña, si no sabes castellano lo tienes igual de poco bien. El desconocimiento (o el desprecio) a la obviedad que enuncia esta frase es lo que subyace detrás del conflicto que nos limita a todos y alimentan los que, por enésima vez, han aprovechado los idiomas más hablados en Cataluña para zurrarse olvidando que, como una es parte de la otra y la otra no se entendería sin la una, hay que ser un burro para andar, a estas alturas, pensando que con saber un idioma basta. Seguramente, a su modo, todos tienen razón, pero, en las formas, no la tiene ninguno: ni los que quieren abandonar el catalán a su suerte en el mar de la globalización, ni los que afirman que el castellano se aprende mejor en la calle y por la tele. Las sentencias están para cumplirse y quien las ignora o quien permite o articula subterfugios para burlarlas, se ríe de todos nosotros y es un miserable.

Aquí llegados, sólo puedo hacer que acordarme de cómo yo mismo fui un miserable cuando, hace ya más de treinta años y en una escuela de L’Hospitalet de Llobregat, participé de las risas con las que otros más chulos e inconscientes, se reían de un chaval que hablaba catalán en casa. Era, hay que decirlo, uno entre más de 40, porque así era el barrio de Santa Eulalia, donde estudié las primeras letras:

  • ¿Por qué hablas en catalán? ¿No ves que ya estamos en el patio?
  • Es que yo hablo catalán siempre.
  • Anda ya, eso no puede ser. El catalán es una cosa como el inglés, que nos la enseñan en el cole para que la aprendamos y ya está.

Y el chaval; bastante mal, por cierto; hablaba en castellano como podía y todos nos reíamos más. Con el tiempo, aquel crío me suena que hasta hizo política de la mala, de esa que distingue a la gente en función de lo que piensa, siente y sueña y busca, siempre, que sean quienes piensan, sienten y sueñan como uno mismo los que consiguen todo. Eligió mal, supongo, pero la culpa fue nuestra también.

Con todo, de aquello no es de lo único que me acuerdo porque, cada vez que oigo hablar de blindajes, atentados e indignaciones diversas, recuerdo también a otro tipo al que conocí y que militaba en el mismo partido o en otro parecido a aquel en el que medró mi compañero de EGB y que explicaba como broma jocosa algo muy triste:

-Doncs els meus fills parlen castellà i ho fan molt bé, però l’accent que tenen és rarot.        

- ¿Y eso?

-Home, perquè parlen com si fossin bolivians. És que l’assistenta que tenim és de Bolívia i només el parlen amb ella. Fa gràcia.

- ¿Y lo escriben?

-No ho sé, però m’és igual. I d’aquí no res, no els farà falta ni tan sols quan vagin a la universitat si tot surt com volem.

No lo hice, pero el cuerpo me pedía contestarle que daba igual si les salía bien o no la cosa, porque en la universidad, en el trabajo o donde fuera, acabarían encontrándose a alguien lo suficientemente imbécil como para reírse de ellos por sus limitaciones. Me callé la boca porque sabía que, en el fondo, aquel tipo simpático buscaba eso: que sus hijos, como aquel crío que iba conmigo al cole, encontrasen una justificación para pensar que negar al de enfrente es afirmarse uno mismo. Yo, que hablo de todo e intento que mi infancia a cargo también lo haga, sé que un 25% de lo que sea no hace daño a nadie si sirve para aprender a querer y desenseñar a odiar y por eso me enfada tanto lo que nuestro Presidente del Gobierno, el de todos, va a permitir. Yo, no sé qué quieren que les diga, pero no me imagino a Javier Cercas riéndose en el cole de los críos que hablaban en catalán en su casa ni a Quim Monzó descojonándose al ver que sus hijos, si los tiene, hablan castellano como si fuesen de Cochabamba pese a vivir en España. No hay peor pecado que el de no saber pudiendo haber sabido.

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