Es un alivio que el mes de enero sea inhábil a efectos parlamentarios porque el Parlamento se está convirtiendo en un corral de comedias que nos avergüenza a todos. Escuchar las intervenciones desde la tribuna, especialmente la ofensiva por tierra mar y aire del PP haciendo del acoso y derribo al Gobierno su razón de ser, producen hartazgo y preocupación.
La judicialización de la política y la politización de la justicia, dos caras de una misma moneda, provocan desafección hacia la política y la aparición de teorías que nos intentan convencer de las bondades de un pasado reciente, cuyo protagonista fue un dictador sanguinario que nos salvó del desorden y la ruina.
Pero una vez más se constata que los políticos, sobre todo los que tienen poder y presupuesto propio, viven en una realidad paralela que nada tiene que ver con el día a día de la gente. Ni todos los jueces hacen política, aunque Peinado siga con su escopeta de perdigones en los jardines de la Moncloa; ni todos los políticos dictan sentencias, aunque el cese de Ábalos por parte de Sánchez lo parezca, algo que el Supremo lleva camino de ratificar.
Con este panorama como telón de fondo, es un buen momento para decir que salvo para el populismo nostálgico, en la democrática, abierta, inclusiva, diversa y solidaria España de hoy, las condiciones generales de vida son infinitamente mejores que en la autoritaria, aislada, excluyente, machista e injusta que acabó por fin el 20 de noviembre de 1975.
La democracia, con todas sus imperfecciones, siempre es preferible a las tentaciones autoritarias en auge y cuidarla debe ser una tarea irrenunciable y compartida por todos los verdaderos demócratas. Y el que pueda hacer, que haga. Respetuosamente...
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