Antonio Naval

El patrimonio artístico de la Iglesia española y otra forma de gestionarlo

19 de Octubre de 2022
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En 1971, con el Cardenal Tarancón a la cabeza, curas y obispos, por lo menos algunos de estos en buen número, y la inmensidad de aquellos, con entusiasmo y esperanza,  propusieron y se pidió al resto del episcopado español que empezara a trabajar en la línea de obtener una total autonomía económica con respecto a la administración civil. A las pocas semanas de aquel encuentro, identificado como Asamblea Conjunta,  y de esta propuesta, y otras de relevante incidencia social, fueron anuladas por la administración del cardenal americano John Wright, prefecto de la Congregación del Clero, a instancias de influyentes personalidades del Opus Dei. Las cosas, tal como entonces se previó y se denunció, han ido a peor  hasta límites que ahora la iglesia y su episcopado están en graves apuros. Han pasado cincuenta años.

Es incuestionable que si España tiene el sobresaliente patrimonio artístico-religioso, sin menospreciar  el de concepción laica, es por la dimensión sobresaliente que en el devenir de este país ha tenido la filosofía de la vida de inspiración cristiana. Este, centrándonos solamente en el artístico es destacado hasta constituir un tesoro y, numeroso, hasta ser difícil administrar, mantener y conservar. Con ocasión de la Guerra Civil se perdió prácticamente todo en una amplísima franja que se extendió desde Tierz y Quicena, cerca de Huesca, hasta la isla de Menorca incluida. Entonces nuevos redentores, analfabetos y viscerales, consideraban que era  una antigualla  que había que borrar. Recientemente no pocos de los que presumen  de mente abierta y progresista consideran que  debía de pasar a la administración del Estado. Falaz perspectiva pues la administración civil no puede conservar, ni siquiera proteger, lo que que está bajo su custodia.

Es incuestionable que este patrimonio si existe es porque los españoles de todos los tiempos, y de la única  fe que podían profesar, la cristiana, lo propiciaron con esfuerzo aun a costa de incrementar la austeridad y penuria en su diario vivir. Si se consiguieron tal cúmulo de obras artísticas  fue porque el clero  lo motivó, y si se ha llegado a nosotros es porque este clero lo ha conservado. Guste o no guste así fueron las cosas, a despecho de otros actores. Lo que ahora es incuestionable es que la administración eclesiástica  de la mayor parte de las diócesis no puede mantenerlo y conservarlo. El colectivo de obispos españoles, abrumados por graves problemas que tampoco previeron a tiempo,  nunca ha intentado ir por delante afrontando el privilegio de poseerlo. Pocos  obispos  saben sacarle rédito.

Dentro del ámbito de la iglesia, fijándonos en otras actividades y facetas como es el del ejercicio de  la solidaridad, la atención a los desfavorecidos, la caridad, es una eficiente realidad bien gestionada. Cáritas es esa realidad que dentro de esta iglesia, pero con bastante autonomía, de forma eficiente consigue numerosos recursos y con ellos soluciona infinidad de problemas y situaciones que deberían en su totalidad estar solucionadas por  un Estado que pretende ser todo y aparecer   como único y el más eficiente.  Probablemente esta sería la línea para que la  conservación y mantenimiento de todo el patrimonio religioso español se conservara, creando otra  entidad que, no al margen, pero si con mucha autonomía, asumiera la realidad patrimonial, la pusiera en valor, recabara medios para mantenerla y ponerla en valor, al menos para que quedara claro que España es inconcebible sin sus raíces cristianas.  Si Caritas lo consigue dando y manteniendo un prestigio para el colectivo creyente, una administración similar con bastante  autonomía  puede lograrse. Si hay limitaciones  atávicas en la estructura canónica, que las hay, y es lo primero que  que se va a resaltar,  todo consiste en modificarlas. Si en Caritas hay gestores eficientes, que no son precisamente del clero, también para este otro aspecto los hay en la sociedad española.

Es necesario que el episcopado español, abrumado por innumerables problemas, y no pocos muy graves, se deje asesorar y arriesgue  a ser innovador, quiera superar atavismos e imposiciones  de sus estratos superiores. Para ello es imprescindibles que abran los ojos para darse cuenta de lo que están perdiendo y de lo que no se aprovechan en un mundo y en un futuro en que la fe, su fe, va ser superflua, pero en el que las raíces, por serlo, estarán en la base y pueden dar vitalidad a una forma de entender la realidad que poco tiene ya que ver con un pasado en que todo el mundo era creyente porque no se podía no serlo.

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