Antonio Naval

La pederastia y la venganza como miserable autoterapia

17 de Septiembre de 2025
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La pederastia golpea a la Iglesia desde hace más de dos décadas cuando en Estados Unidos de América fueron aireados y denunciados hechos acaecidos preferentemente en conventos y monasterios, que resultaron más generalizados de lo que se pensaba. La institución eclesiástica a raíz de entonces se vio lesionada gravemente en su dignidad por haber ocultado, una y otra vez, unos hábitos y prácticas de abuso sexual difundidos entre unos pocos de sus miembros.  La pederastia es inherente a la condición humana, desde que el ser humano, su mente, derivó en un ser enfermizo. Ha llegado a mitificarse hasta hacerse privilegio de los dioses. La pederastia en la sociedad avanzada de hoy, la occidental,  está en los colegios y las escuelas, creyentes o laicas, en el deporte y en las familias, está generalizada en las guerras de todas las épocas, es practicada como privilegio de los bien situados e, incluso, torpemente limitada, se permite como atractivo turístico. No es práctica, ni solo ni preferentemente del colectivo clerical. Esto no justifica que esta  institución por el falso pudor de no escandalizar y evitar males mayores, haya preferido atávicamente encubrir y ocultar desde hace mucho tiempo esta y otras anomalías,  sin coraje, a veces,  para enfrentarse a sus miserias.

Este problema, muy grave, junto a otros no menos graves, es utilizado impúdicamente como recurso para destrozar y en no pocos casos sacar rendimiento económico. Una sociedad falsa donde no importan los medios utilizados al haber puesto en crisis las referencias, parámetros, paradigmas, valores, ha llegado en algunos casos, por ejemplo,  a la peligrosa práctica de ceder a los antojos de los niños condescendiendo sin suscitar en ellos una actitud crítica; o dar credibilidad  preferente a la mujer, por el hecho de ser hembra, frente al hombre en el hoy aireado asunto del acoso y abuso; en línea oportunista,  colectivos de esta sociedad, aun sin todavía superar el dolor de la desgracia, el infortunio y la muerte, rentabilizan sus propios sentimientos intentando sacar el mayor rendimiento económico al incidente, sin el pudor de que quede en hipocresía su dolor. O, este es el caso,  el hijo, y la madre que lo parió, víctima de un desgraciado crimen, a pesar de haber sido escuchados, atendidos, apoyados, resarcidos, y haber  proscrito al canalla que lo atropello y abusó, en este caso sexualmente, sin duda por lamentable herida pero  también por el oportunismo de poder sacar más, recurren a la venganza desatada sobre quienes les escucharon, les atendieron, les apoyaron y acabaron  proscribiendo  al canalla. Muerto este canalla, ansiosos por insatisfacción se niegan a perder la oportunidad de rentabilizar el accidente, al menos, vengándose.

Esta sociedad no solo está en decadencia por anormalidades impúdicas como ésta de la pederastia sino por convertir en derecho otros atropellos hechos también con menores y seres todavía no nacidos. Percibe como delitos prácticas como la pederastia, que lo es, pero arbitrariamente barniza como derechos otras aberraciones, como el aborto al alcance de  menores,  cambios de sexo, y otras atrocidades que cualquiera puede enumerar por patentes y que, para más desconcierto, se presentan como de progreso y  bienestar.

Anomalía y desconcierto es que en aras de la libertad de expresión cualquiera pueda defecar en cualquier medio, TV, redes, papel… con el mayor de los desprecios a la estética, la ética, y el sentido común. Anomalía es que no pocos de los llamados medios de comunicación, con el más servil y denigrante de lo que debía ser un servicio útil y constructivo por crítico, hagan pericia, incluso arte, de los exabruptos de seres que fueron injustamente heridos por una sociedad aturdida, pero que siguen siendo víctimas de la misma sociedad en la medida que ésta da pábulo estimulando la venganza. Esta es impúdica terapia pues además de ser autodestructiva práctica, humilla a quienes, metidos en un asunto que no buscaron, asumieron el compromiso e hicieron lo que podían hacer para compensar los efectos de las canalladas. La responsabilidad y vergüenza es de todos.

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