Miguel Ángel de Uña Mateos

Picasso en el laberinto Woke

Médico psiquiatra
19 de Septiembre de 2022
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Pablo Ruiz Picasso ha sido el más importante artista del siglo XX. Pablo Ruiz Picasso era un cabrón. Perdón por el exabrupto, pero creo que es el más adecuado para su conducta fuera de su actividad artística. Fue un genio porque abrió caminos (alguno los copió, véase lo que de él decía Braque), porque todo lo que hizo fue vanguardia, ruptura, aunque otros ya hubieran iniciado la andadura; porque nunca perdió la ansiedad para colmar su deseo de crear; porque todo lo absorbía y lo recreaba con absoluta originalidad.  A partir de un cierto momento, relativamente precoz, no dependió más que de su talento para determinar por donde debía ir ese fenómeno, tan humano como indefinible que es el arte. Como nunca dependió de un mecenas y el mercado le abrazó ya en su juventud, decidió en cada momento qué pintar o esculpir sin necesidad de modelos, cambiando de estilo sin considerar otra cosa que su necesidad creativa. Dicho en moderno, era él quien marcaba la tendencia y a la vez nunca se sometía a ella, y esa es la esencia de la genialidad.

Pero a su vez fue una persona deleznable. Con sus mujeres, con sus hijos, con sus nietos, con la República Española, con sus camaradas de partido, con algunos de sus amigos. Desde el temprano suicidio de su amigo Casagemas, en el que tuvo un papel periférico pero significativo, el suicidio o la destrucción de personas cercanas a él, incluso después de su muerte, se convierte en el detonante de la controversia sobre sí la persona de Pablo Ruiz Picasso reúne las condiciones para ser  homenajeado en el 50 aniversario de su muerte. Según la cultura woke no merece ese reconocimiento.

Repaso el capítulo que mi compañera Arancha Ortiz escribió sobre él (“Suicidas que no se fueron solos”) y su relación con las mujeres dista de ser ejemplar. A todas las engañó, a algunas de ellas en circunstancias especialmente crueles (Eva Guel), no le detuvo la consideración de que fueran menores (Mª Therese Walter o Genevieve Laporte), durante muchos años mantuvo relaciones a la vez con varias de ellas. Sobre todo fue un maeltsroom (corriente trituradora) que traga a su esposa Olga Klokova y a Dora Maar hasta la destrucción psíquica, a su amante Therese Walker y a su última esposa Jacqueline Rocquet al suicidio, a su hijo Pablo al alcoholismo y a la muerte precoz,  a su nieto Pablito a una agonía atroz tras un intento de suicidio pocos días después de su muerte. Hay datos suficientes para considerar que Picasso maltrató psíquica y físicamente a varias de sus mujeres y mostró una franca “toxicidad” afectiva hacia la práctica totalidad de ellas y hacia parte de sus descendientes, con los efectos referidos. En suma, fue todo lo contrario a un “hombre blandengue”.

Políticamente, Picasso no mostró demasiado interés por la II República al menos hasta que, estallada la Guerra Civil, fue nombrado “director honorario” del Museo del Prado por iniciativa del gran cartelista y comunista militante José Renau. Nunca pisó el territorio de la “España leal”, ni siquiera para apuntarse al transitado turismo de las trincheras de la Ciudad Universitaria que fue santo y seña de todo progresista de la época. Aunque es un tema controvertido, es cierto que cobró 200.000 francos a la República por un “Guernica” que él no bautizó como tal, aunque se sintió espoleado por el bombardeo de la villa vasca para terminar un cuadro que se había resistido a su trabajo e inspiración y que tal vez había pergeñado con otra intención. Picasso asumió el silencio absoluto para sobrevivir sin sobresaltos a la ocupación nazi, residiendo en París hasta la liberación en 1944, con el único castigo de no poder exponer lo que pintaba. Se sumó al Partido Comunista francés después de la liberación, pero mantuvo un perfil bajo inclusive ante las críticas feroces a su arte por parte de los apparátchiks que condenaban parte de su producción como arte  degenerado como lo tildó el nazismo. Las obras militantes de aquella época son obras menores, sin relevancia (ver Masacre en Corea), salvo el “pelotazo” publicitario de su paloma de la paz, convertido en símbolo universal. Fue un militante más estético que ético. Hay que reconocerle que tras la liberación de Francia, financió a instituciones de ayuda a republicanos españoles en Francia y tuvo la decencia de no servir de coartada al franquismo volviendo a España que le había “perdonado” sus crueles caricaturas de Franco del año 1937.

Picasso fue rico al contrario de lo que se espera de un artista, poseyó propiedades y dejó una cuantiosa herencia. Siempre prestó atención al mercado y tal vez fuera tan ávida dollars como Dalí (“Picasso es comunista, yo tampoco”). No fue el prototipo de artista maldito, siempre conservó los pies sobre la tierra, sin más excentricidades que las que determinaba su ojo para la publicidad. Más allá de su comportamiento psicopático, no se le reconoce ninguna patología psíquica o adictiva. Fue “tóxico” para la mayor parte de sus mujeres y su familia. Seguramente un maltratador en su ámbito familiar. Y encima disfrutaba hasta la fascinación  con la fiesta de los toros a la que dedicó varias series de grabados,  Goya en el siglo XX.

Laberinto para lo woke:  un genio tan políticamente incorrecto.

 

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