Luis Ángel Pérez de la Pinta

Por suerte...

Periodista y formador
08 de Febrero de 2023
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Quien suscribe estas letras, sólo ha ido una vez en  vida en ambulancia. Fue cuando tenía yo unos 22, por culpa de no sé qué música que iba escuchando y después de cruzar sin mirar un paso de cebra. En realidad, creo que sufrió más el parabrisas del coche que se me llevó por delante que yo, pero es una más que contar y, como recuerdo, guardo una cicatriz en la frente de los siete u ocho puntos que me pusieron. Hasta ahí, de momento, mi relación con las ambulancias. Eso, hasta esta semana, porque Edurne, mitad femenina de mi infancia a cargo, se ha encargado de ampliarla. Lo ha hecho, por supuesto, de manera involuntaria –justo como hice yo hace casi 25 años- y por culpa no de cruzar sin mirar por un paso de cebra, pero sí por bajar esquiando, imagino que sin demasiado cuidado ni criterio, caerse de morros y perder, explica, hasta el poco conocimiento que tiene (en eso se me parece) durante un rato.

El siniestro ha sido en Cerler, a eso de las once de la mañana de este miércoles y, como parece ser que mandan las normativas que regulan eso de esquiar, llamaron tras producirse el hecho a una ambulancia pero, oh sorpresa, descubrieron todos que el personal del transporte sanitario de Aragón lleva en huelga va ya casi un mes (desde el 16 de enero) y, por eso, la ambulancia no llegó hasta las tres pasadas. Mientras, eso sí, a Edurne le dio tiempo a hacerse fotos con un collarín puesto y, a los profesores que se encargan de controlarla a ella y a otros preadolescentes durante la excursión en la que andan, a tranquilizarnos más o menos. Con todo, y cuando escribo estas líneas son ya las ocho, Maricarmen y ella están todavía en el hospital de Barbastro esperando a ver si le pasan consulta y le dicen que, como imaginamos, está bien pero que lo de esquiar, va a tener que dejarlo durante un par de semanas por lo menos.

La huelga que hemos sufrido, ciertamente, es justa y, por eso, no me quejo. En Aragón, los técnicos de emergencias sanitarias no llegan ni a los 1.000 euros mensuales de salario base, lo que se me antoja, a estas alturas y con los precios que soportamos, imposible. Es, con todo, cierto al completo y sucede por culpa de un grupo de ineptos al mando que consienten que los operarios de un servicio fundamental trabajen (y cobren) según un convenio pactado en 2018 y que, por los números que incluye, parece que ningún sindicato supo negociar. Desde entonces, ni los sueldos han subido, según parece, ni el texto se ha renovado, pero las ambulancias, eso sí, se renuevan este año gracias a una contrata que dura hasta 2027 y, me juego lo que ustedes quieran, obligará a que sean híbridas, poco contaminantes y ni se sabe cuántas cosas más. No seré yo quien cuestione tales verdes avances, pero esta semana, si lo de Edurne llega a ser algo más serio y se calza la niña cuatro horas esperando a ver, ya les digo yo que hoy no se desayunaban ustedes con estas letras y que, a lo mejor, la consejera aragonesa de Salud, doña Sira Repollés, responsable del desastre a la sazón, me encuentra a mí delante de su casa para preguntarle por qué pone, queriendo o sin querer, las ambulancias por delante de las personas. De las que las conducen, como hemos visto, y de las que, por no tener más remedio, tienen que viajar en ellas. Por suerte, Edurne sólo recordará de todo esto que quienes conducían la que la llevó a ella le dejaron, pese a los 900 euros que cobran, hacer sonar la sirena.

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