“Puta libre”, “puta empoderada”, “puta feminista”… ¿Y qué mas?

M. Engracia Martín Valdunciel y Juan Mainer Baqué
01 de Marzo de 2023
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Sabemos que para el capitalismo patriarcal no es suficiente imponer su poder, es clave modelar la subjetividad, conformar individuos afines a sus procesos de acumulación-explotación. A tal fin, sin abandonar el uso de la violencia abierta cuando y dónde procede, utiliza formas de coacción sutiles para domesticar el pensamiento y las conciencias.  En 1948, siguiendo la veta abierta por Marx o Gramsci sobre la función de la ideología, Orwell destacó la disputa por los significados, el combate por la orientación de los discursos porque en la arena pública se juegan relaciones de poder.

Por eso, los amos del mundo se empeñan a fondo a la hora de impulsar cosmovisiones y valores convenientes a sus intereses basados, a menudo, en falacias, como la “libre elección”, en presuntas “transgresiones” o en “identidades” o “deseos” personales ; trabajan duro para abonar subjetividades individualistas, adocenadas, narcisistas, infantilizadas. Se esfuerzan, en fin, por erradicar herramientas intelectuales, con capacidad de evidenciar las estructuras de poder que nos condicionan poderosamente, y acabar con redes de solidaridad social que puedan hacer frente al abuso de sus políticas. Con razón, mucho antes de la eclosión del capitalismo de las emociones o del exitoso carnaval de las identidades a la carta, sociólogos, como Jesús Ibáñez, sostenían que el producto mejor elaborado por el capitalismo — y,  añadiríamos, sobre todo, por el patriarcado— es el sujeto.

Así, asistimos al despliegue de un potente artefacto propagandístico para legitimar y reproducir el sistema de desigualdad en el interior de los propios sujetos. Ideólogos neoliberales, como Hayek o von Mises, eran muy conscientes de la utilidad de diferentes profesionales o colectivos —los vendedores de ideas de segunda mano— como  potenciales mediadores para transmutar en “sentido común” los ejes ideológicos del (des)orden neoliberal.  En diferentes medios pueden encontrarse ecos más o menos elaborados de esa racionalidad mercantil (doctrinas del management, emprendimiento, pensamiento positivo, coaching...) que promocionan la adaptación al cambio, la servidumbre, la auto-explotación, la mejora del yo o la mera supervivencia de sujetos y grupos como manifestaciones de libertad, formas de “empoderamiento” o de “agencia”.  Un ejemplo de esas pretensiones lo constituyen discursos como “puta feminista”, “puta empoderada”, “puta libre”, etc., a través de los cuales el neoliberalismo patriarcal pretende persuadir de que la histórica esclavitud sexual de las mujeres es, en realidad, manifestación de autonomía o medio de emancipación.  

Duelen sintagmas como los mencionados; primero porque frivolizan el sufrimiento y la humillación de miles de mujeres víctimas de la prostitución y la trata que la alimenta —por contra, las supervivientes del sistema no disponen de los altavoces que se despliegan profusamente para dar pábulo a tales sofismas—; segundo, porque son contradictorios, irreales, sin atisbo de lógica alguna. Sin embargo — o, más bien, debido a su subjetividad e irracionalidad— resultan netamente funcionales al capitalismo y al patriarcado al invisibilizar las condiciones de explotación, al ocultar a los prostituidores. Recuerdan, por su inanidad frente al poder, las manifestaciones del tipo “el patriarcado ha muerto” mientras la violencia machista no cesa. Esas y otras expresiones del mismo tenor contribuyen a nutrir una actitud ajena a la realidad material de desigualdad y a la coherencia mental, una posición despolitizada, al margen de las relaciones de poder. Por tanto deberían importarnos, porque robustecen un “sentido común” acrítico que refuerza tanto la esterotipia patriarcal como una perspectiva individualista y mercantilista sobre la realidad.

Neolengua y despolitización. La esclavitud (no) es libertad.

El sistema de dominación más antiguo, el del colectivo de varones sobre las mujeres, tiene uno de sus ejes en el sistema prostitucional, porque reproduce el poder masculino y legitima la idea de que las mujeres están al servicio de los varones. No por casualidad, en la cultura patriarcal la prostitución se ha identificado con “la puta”. Es la figura visible, un tópico que sintagmas como los mencionados refuerzan, quedando en la sombra los perpetradores, los  prostituidores.  En el actual mercado globalizado de mujeres y niñas se interconectan la explotación sexual, capitalista y racista. Primero, el patriarcado ha negado, niega de facto, la individualidad y autonomía plena de las mujeres a quienes deshumaniza e intenta reducir a úteros y vaginas. El totalcapitalismo, por su parte, necesita ampliar el alcance de la mercantilización : en esta tesitura el comercio de mujeres y niñas entra a formar parte de la cadena de beneficios. Patriarcado y capitalismo global se retroalimentan y refuerzan mutuamente.

Así, el exitoso tándem impulsa soflamas como los mencionados, eslóganes que, desafortunadamente, fuerzas que se autoproclaman progresistas o de izquierda pueden respaldar ejerciendo, de facto, el infame papel de vendedoras de ideas de segunda mano. Porque la esclavitud sexual de las mujeres ya no puede legitimarse como en épocas pasadas (las mujeres prostituidas como pecadoras, como mentalmente inferiores o viciosas; la prostitución como mecanismo de defensa de “las decentes”…). El neoliberalismo patriarcal sacraliza la “libertad”, por tanto, declara a las mujeres prostituidas “libres”; ahora ellas “eligen”, se “empoderan”, incluso son feministas. En lemas como puta libre resuenan ecos de las consignas del manipulador Miniver de la antiutopía orwelliana: la libertad es la esclavitud. En sintonía con tal adulteración semántica ahora es el patriarcado capitalista el que propone puta libre. Por su parte, puta feminista no puede entenderse sino como desvarío corrupto y contradictorio al asociar la violencia sexual extrema que sufren las mujeres prostituidas con las vindicaciones de autonomía y dignidad feministas... ¿Y puta empoderada? Empoderar es un concepto atractivo actualmente porque implica afirmación. Sin embargo, no puede ser más ajeno su uso en la citada expresión. Las mujeres prostituidas han sido y son marcadas en el patriarcado como objetos al servicio de la genitalidad masculina. Difícilmente, debido a esa cosificación, pueden las mujeres prostituidas ser sujeto, ejercer autoridad. Además, en el capitalismo el putero es “cliente”: si en este medio, por definición, el cliente manda ¿cómo es posible sostener lo contrario en la relación de explotación más arcaica? ¿Qué tipo de alquimia retórica proponen para que el sujeto poderoso, el que tiene autoridad, sea, justamente, una niña o una mujer violada, humillada, torturada?… ¿Qué más nos queda por oír? ¿Asistiremos a la difusión de eslóganes del tipo “puta solidaria”, “puta altruista”, “puta terapéutica”, “puta asistencial” —o “asistenta sexual”, el “nuevo nicho” de negocio que promociona el lobby proxeneta— “puta filantrópica”, “puta feliz”...? —a decir verdad, la industria cinematográfica, cómplice, a menudo, de la violencia sexual contra las mujeres, ha prodigado y sigue promocionando (incluso premia, como hemos visto recientemente) delirios patriarcales, como el de la “puta feliz”—.

Señalar al terrorismo patriarcal

Es obvio que el patriarcal-capitalismo constituye una amenaza para la sociedad, para la vida. Hay escaso margen de libertad para la mayoría social en la feroz desigualdad producida por la maquinaria capitalista y no existen ni autonomía ni libertad para las mujeres y niñas prostituidas. Enfrentamos una guerra conceptual —y, por tanto, política—abierta a todos esos sofismas que fundamentan el statu quo.  Por eso, seguiremos señalando al terrorismo patriarcal, a los depredadores sexuales, a los prostituidores, a los proxenetas, a los puteros o al propio Estado (proxeneta) que regula o tolera el sistema prostitucional. Hay mucho trabajo por delante, puesto que la “Ley de “libertad sexual” no contempla la prostitución (ni la pornografía) como violencia sexual; por tanto, seguiremos denunciando y exigiendo que España cumpla con sus obligaciones y respete los tratados que ha firmado para condenar y erradicar la esclavitud sexual. Desde aquí pedimos que no se apoye a ningún partido político que no incluya de manera explícita y comprometida en su programa la abolición de la prostitución. No pararemos hasta que la  LOASP (Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional) se haga realidad.

M. Engracia Martín Valdunciel

(AbolicionistasAragón)

Juan Mainer Baqué

(Hombres por la abolición del sistema prostitucional)

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