Hace unos días, hablando con unas amigas les comentaba que, aunque no soy una persona que piensa que todo tiempo pasado fue mejor, sí que echo en falta hoy algunas cosas que me parece que eran mejores en el pasado. Y una cosa es el respeto hacia personas y cosas que se nos inculcaba en la escuela y que parece haber desaparecido, no solo en los niños y jóvenes, sino también en los adultos.
Precisamente me recordaba este tema el día de Todos los Santos.
Iba yo a misa cuando al poco tiempo de salir de casa, bajé los ojos al suelo y vi que mis pasos se dirigían directamente hacia los excrementos de un perro. Menos mal que me dio tiempo de sortearlos y así evitar el “perfume” con que habría infestado la iglesia y a los fieles que allí se iban a congregar.
No había recorrido ni cinco metros cuando vi un brik de batido de chocolate con su pajita todavía insertada en el brik junto a la acera.
Un poco más allá otro montoncito de excrementos; a estos, por fortuna, los vi desde lejos.
Todavía un poco más allá, una lata de coca cola junto al contenedor estaba esperando que alguien la echara dentro.
El trayecto de mi casa a la iglesia no llega a los trescientos metros, así que mi paseo hasta allí fue de lo más entretenido, aunque la sensación de pena fue grande ¿Así tratamos el interior de nuestras casas? Y si no es así ¿Porqué no respetamos los espacios comunes, que como la palabra dice son de todos?
Para terminar, unos días después, al llegar a casa de mi compra diaria, encuentro en la acera, delante de la puerta del edificio donde tengo mi piso, una mascarilla usada, como muestra la foto.
Esta vez, la falta de respeto ha ido por denunciar cómo tratamos las cosas y los espacios comunes. La falta de respeto hacia las personas es mucho más grave, porque las personas tenemos sentimientos, y esto hiere la dignidad de todos, en especial de los que no tienen capacidad de defenderse.