Antonio Naval

Salvad el Obispado de Huesca

01 de Septiembre de 2023
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Un día, a mediados del siglo XIX, desapareció la Universidad de Huesca, la Sertoriana. Era una de las realidades que daba identidad a la ciudad de Huesca. Huesca es obispado desde alrededor del año 400. El carácter de ciudad episcopal es otro de sus signos históricos de identidad. Así lo pone en evidencia su Patrimonio. En consecuencia con las noticias recopiladas  de alrededor del centenar de obispos  que han ocupado la sede oscense, el actual pontificado es el más estéril, con indicios muy serios  de dificultad para subsistir. Esta posible desaparición, por no haber actuado a tiempo, no es una utopía.

Jugar con la ambición personal de un subordinado para que haga prosperar una  empresa, institución, o lo que sea, puede ser útil si se usa una estrategia adecuada al caso, pero a ningún colectivo que quiera prosperar se le ocurre encomendar un cometido en grado superior a alguien que ha fracasado apabullantemente en otro u otros empleos  previos. Por ley de sicología social, el incompetente  tiende a ocultar su fracaso huyendo hacia adelante. En el ámbito de la religiosidad es usual el recurso de convencerse de que Dios lo quiere y lo arreglará. Es una falacia.

Exhibirse como entendido en arte, sagaz para la arqueología, experto en ornamentación de iglesias, pedagogo, formador, padre espiritual, genio en inventar iniciativas, único en sensibilidades... puede ser indicio de necesidad de emulación frustrada, complejo de inferioridad, aspiración a ser alguien desde la conciencia de ser un “pobre hombre”. Presentarse con atrezo personal con antiguallas que evocan la clerigalla de otros tiempos quedó superado hace 60 años con el Concilio. Todo ello tiene como explicación inapelable, no justificación, haber tenido por alma mater la San Dámaso. Hay centros que no son de formación sino de deformación. Cambiar candelabros o bancos en una iglesia, poner puntillas y algo así como enaguas en las mesas altar, y otros aditamentos que nada tienen de litúrgicos, intercambiar santos como si fueran figuritas en un  casa de muñecas, tiene toda la apariencia de creer que el vintage, hoy justificado por estar de moda, es un añorado recurso para las iglesias y solución para un incierto futuro. A estas alturas, en una situación en que los recursos humanos del clero están en merma, fuera de edad y desmotivados, hacer un cambio de peones sin ni siquiera esperar consenso, consultar y señalar nuevos destinos, como quien, por hacerlo  en nombre de Dios, puede actuar como un dómine, va contra toda postura, por lo menos, de buenas prácticas

Haber quedado reducida la plantilla a una treintena de sacerdotes, incluidos los latinos y los frailes que ayudan, merece bastante más tacto. Seguir tratando al cura, y más desde una posición artificiosa de segundón, con los mismos criterios condales, de sumisión y subyugación, como cuando  el curato de una parroquia era deseado como modus vivendi, al no haber mejor opción, es no saber dónde se está, ni intuir a dónde se va.  Es intolerable, como intolerable es que a un cura a sus ochenta años que debería tener un plácido retiro se le encomiende una nueva empresa de dudoso éxito, como remate a su reconocida, buena y aplaudida gestión. Entre otras muchas razones hay un desafío al sentido común. Este desprecio es justo lo contrario  a lo que, simultáneamente, se pretende promocionar, con el llamado Sínodo propuesto por el Papa Francisco. El staff del obispado ni siquiera ha ojeado el “dossier conclusivo” del Sínodo europeo.

El que es inseguro, consciente de que no sabe aportar y construir, como mecanismo de defensa destruye, y se recrece si lo destruido es de reconocida aceptación y probada eficacia. Entonces cree que elimina referencias que le acusan en su limitación. Es todo lo que sabe hacer. Es propio de la personalidad infantil. No pasa de ser el placer que da disponer con chulería de los otros. Es de las lacras endémicas de la institución eclesiástica, que, por supuesto, nada tiene que ver con la filosofía de la vida que propuso  Jesús, el galileo. 

Pocas veces ha sido tan evidente como  aquí y  ahora aquello de cambiar todo para que todo siga igual. No hay objetivo en esta actuación de redistribución de recursos humanos, de peones, de curas, porque detrás no hay ningún plan mínimamente operativo. Si no hay ideas, no puede haber propuestas. El recurso de que sean los otros los que las den, en unas posteriores jornadas de programación, resulta insultante cuando previamente se les ha ninguneado. No pasa de ser  la oportunidad de reafirmación mediante el ejercicio de dominio sobre subordinados llevado a cabo por el Segundo segundo y asumido por el Ordinario quien debería ser mínimamente crítico con lo que le pasan para que firme. Ni que decir tiene que la no respuesta de éste, cuando legítimamente se le piden explicaciones, es de impúdico desprecio.

El declive  del Obispado de Huesca es prolongadamente dramático. Ya es tarde. La solución ya solo puede venir desde fuera. El Cardenal Omella que  ha intervenido en otras diócesis aragonesas debía prestar a atención a ésta, y si  ve altamente difícil enfrentarse a la más que probable ruina, por no saber a quién recurrir de los de dentro, ha podido llegar el momento en que la gestión se haga externamente, como ha sucedido en otras ocasiones y en otros lugares  a lo largo de la historia.

A estas alturas, no tiene justificación el recurrir y encubrir desde  el peldaño superior los antojos del subordinado segundón, con  evidente obsesión de quien se cree haber sido llamado a ser Pepito Grillo cuando no hay talla más que para ser un Pepito desfondado.

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