Antonio Naval

El Seminario a día de hoy

21 de Marzo de 2023
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Los creyentes, incitados, llevan más de cincuenta años pidiendo al de Arriba que envíe curas como los de siempre. El de Arriba, con su no respuesta, lleva más de cincuenta años diciendo  que ese modelo está agotado y que no le queda ninguno ni siquiera  en outlet. Aun así, erre que erre, los de aquí abajo siguen  empeñados en el vintage. Esto es en todas partes y también  en Huesca, donde la situación es agónica. Torticeras fidelidades han menospreciado otras soluciones y han cerrado otras posibilidades que les venían dadas, como eran abrir decididamente y con plena participación a creyentes y “creyentas”.  A religiosas, que tuvieron tiempos con otra acogida a su disponibilidad, y a laicos que estaban suficientemente capacitados para asistir a pequeñas parroquias.

El Seminario es un apabullante fracaso, sin posibilidad de matizaciones. Desde que lo reinventó fray Jesús, no ha conseguido ni un solo nativo. Y de los otros, el que no se ha ido lo han echado, y los que quedaron no están al margen de pensar que han quedado un tanto al margen. El resto, los de siempre, han estado siempre desaprovechados, como consecuencia del aldeanismo de los iluminados, de los autoconvencidos de haber sido llamados a desempeñar un papel heroico. La insatisfacción de no conseguirlo les lleva a ver surgir sombras amenazantes donde no las había. Quedaban en evidencia. En la ciudad sobran la mitad de las parroquias y todas las ventanillas deberían estar reducidas a una, como manda el sentido común. El número de misas de fin de semana es el mismo que hace treinta años. Hay misas dominicales que llegan a ser cinco en un radio de doscientos metros. Quedan lejos de concentrar una media de cincuenta fieles cada una. A esta ciudad, a lo largo de dos décadas, han venido curas foráneos (en este cómputo no entran los latinos), a los que, lejos de facilitarles un cómodo estar, han acabado colocados al borde de pistas de deslizamiento hacia fuera.

No está toda la solución en eliminar el celibato, ni en la ascensión de las mujeres a la categoría de presbíteras, aunque podría  ayudar. Ahora ya es tarde para que, también en Huesca, al menos hombres casados hubieran podido  desempeñar esa función. Los ha habido. La solución pasa por admitir que no son los otros los que están equivocados, sino que hay que purgar de raíz las referencias, los principios conceptuales sobre los que se ha soportado la tan, en otros tiempos, prestigiada figura. Es momento de admitir que ni son ni serán tiempos en que el resorte principal de la eficiencia del colectivo clerical, el del clero bajo, está en  la subyugación propia de los subalternos y en la piadosa alienación, en nombre de Dios. Esa fue la razón preferente de un seminario, por eso hoy es una empresa obsoleta. Por aquí ya no van a pasar las generaciones jóvenes. No quieren verlo. El Catolicismo desaprovechó asumir muchos aspectos necesarios que pidió la Reforma en el siglo XVI. Después, los del modus vivendi nostálgico  anularon los aires sanos y las perspectivas razonables del Concilio, el último. Hay un dato tan elocuente como contundente que sistemáticamente se ha ignorado: desde finales del siglo XVIII en que hay información fiable, el censo clerical ha ido continuamente a la baja con un acelerado ritmo exponencial desde hace sesenta años. Repuntes como el de la posguerra española no era pretexto para la esperanza. Fue un espejismo, pues era una necesidad social, un sucedáneo para promoción de muchos chicos en los pueblos. Ahora la obstinación y ceguera ha llevado a situaciones en que iglesias como la alemana han dicho que o esto cambia o ellos van por libre.

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