Pilar Lachén

Ser y estar

06 de Septiembre de 2022
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Hay días en que, sin saber el porqué, te sientes triste. Bueno, en el fondo todos sabemos el motivo de esos días de tristeza en los que lloras a escondidas, no te apetece ver a nadie y prefieres la soledad como mejor compañía.

También hay otros en los que te sientes realmente feliz. Todo a tu alrededor parece ser perfecto y quieres compartir tu alegría con todo el mundo. De tu cara no se despega la sonrisa y disfrutas lo que vives.

Pero los seres humanos tenemos una forma digamos caprichosa de comportarnos ante los sentimientos de los demás. Si vemos a una persona feliz, nuestra frase suele ser: “Qué contento estás hoy”; por el contrario, si alguien está triste, apostillamos: “Venga, no estés triste”.

Y, ¿por qué no puedo estar triste? Nadie sabe la situación por la que estamos pasando, nadie ha vivido lo que nosotros y ha luchado en nuestras batallas, nadie lleva nuestra mochila. ¿Acaso se nos ocurriría decirle a una persona “venga, no estés feliz”?

Al igual que nos alegramos al ver a alguien feliz y procuramos contagiarnos de su estado, deberíamos, ya no entristecernos con esa persona, sino preguntarle el motivo de su tristeza y, dentro de nuestras posibilidades, ayudarle a sobrellevar ese mal momento, siempre y cuando quiera que lo hagamos.

Tristeza y felicidad son sentimientos antónimos, pero también son complementarios. Cuando llega ese día de “bajón”, de tonos grises, recordamos esos momentos en los que todo era luz y, tras revivir esa felicidad, volvemos a sumergirnos en nuestro mundo de llanto y pena. Por el contrario, cuando vivimos momentos en los que la paz habita en nosotros, no recordamos los momentos de lágrimas, aunque algo dentro de nosotros nos diga que algún día llegarán.

Todos somos así: tristes y felices. Yo sólo pido SER feliz y, cuando toque, ESTAR triste.

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