Jesús Escalona

Solemnidad de Todos los Santos, Mateo 5, 1-12

Sacerdote
31 de Octubre de 2023
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Hoy celebramos la Solemnidad de todos los Santos. Cuando escuchamos en la liturgia el término solemnidad, se nos está diciendo que es un día muy importante, así como lo son las celebraciones dominicales, en donde celebramos el “Día del Señor”.

Estamos de fiesta, porque con esta celebración nos unimos en comunión con Dios y con todos los santos y santas que han sido reconocidos de manera oficial por la Iglesia, y con aquellos que, desde el anonimato, han vivido una vida cristiana digna de admirar.

“Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.” (Mt 5, 12). Con esta frase concluye el Evangelio que la liturgia nos presenta en este día. Es el Evangelio de las Bienaventuranzas. Si en el Antiguo Testamento Dios entregó en el Monte Sinaí los Mandamientos a Moisés, en el Nuevo Testamento Jesús “sube al monte”, convirtiéndose en el nuevo Moisés, para proclamar los “nuevos mandamientos”; si en el Antiguo Testamento Dios habló por medio de Moisés a su pueblo, en el Nuevo Testamento es Él, en la Persona de su Hijo, el que habla directamente al Nuevo Pueblo.

Las Bienaventuranzas llevan a plenitud los Mandamientos, convirtiéndose en el itinerario que hemos de seguir los cristianos para llegar a la beatitud. Si somos capaces de vivirlas desde la sencillez, recibiremos, según la promesa de Jesús, una recompensa grande en los cielos.

En la cultura en la que vivimos la santidad parece algo arcaico y pasado de moda, pero la realidad es que es algo que sigue siendo actual.

“Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.” (Mt 5, 48).

Esta es la invitación que nos hace Jesús inmediatamente después de pronunciar las Bienaventuranzas. En el lenguaje bíblico, perfección y santidad son términos que indican una misma realidad. Si imitamos al Padre, entonces lograremos alcanzar esa perfección de la que nos habla Jesús.

El Evangelio está plagado de imágenes que revelan el ser del Padre. Las más significativas son la cercanía, la misericordia y la ternura. El Papa Francisco ha insistido a lo largo de su Pontificado en estas tres actitudes, que, “sin caer en sentimentalismos, son un rasgo del amor de Dios que hoy es más necesario que nunca”.

A partir de estas ideas podemos llegar a comprender la santidad desde una perspectiva más humana, más vulnerable, capaz de arrodillarse ante el dolor y el sufrimiento del otro. No es (la santidad) algo de “beatos”, sino de gente normal, que vive el día a día con sus alegrías y tristezas, con sus problemas y soluciones, con sus desilusiones y esperanzas… teniendo presente que la perfección, de la que Jesús nos hace participes, es un regalo, puesto que el único santo es Dios, pero también es una meta, que requiere descubrir la vocación a la que Él nos llama y el esfuerzo de llevarla a puerto seguro.  

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