Javier Garcés Pueyo

Tauromaquia: patrimonio común de la humanidad

Concejal de Servicios del Ayuntamiento de Barbastro
10 de Mayo de 2024
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Pongo la televisión y escucho al ministro de Cultura decir que suprime el Premio Nacional de Tauromaquia porque, según él, “cada vez hay más voces contrarias en nuestra sociedad”.

Tarde de expectación, tarde de decepción: los totalitarismos de todo el mundo y de la historia siempre se escudan en el manto protector de una supuesta voluntad popular que les ilumina y legitima para cualquier cosa.

En estos días, vemos en diversas partes del mundo cómo, en nombre de supuestas mayorías o de una moralidad superior, hay quienes arrasan con derechos que no pueden depender de mayorías como son los derechos humanos, inalienables y comunes a toda la familia humana.

El Sr. ministro seguramente se escandalice con la comparación, pero es porque ningún espíritu totalitario se mira en el espejo y se reconoce como tal, sino que se ve como alguien que trabaja por un mundo más virtuoso. Y tanto es así que los talibanes destruyeron los budas de Bamiyán por lo mismo que el Sr. ministro suprime ahora este reconocimiento nacional: porque según otros y uno, ambas manifestaciones de la Cultura son inmorales. Sucede, con todo, que Urtasun yerra como los talibanes en 2001. Y lo hace porque la Tauromaquia no pertenece a ningún Ministro, sino que es patrimonio común de toda la Humanidad como lo eran aquellos Budas de 1.500 años.

Y es precisamente por esto, que la Unesco estableció “el reconocimiento de la igual dignidad de todas las culturas y el respeto de ellas, comprendiendo las culturas pertenecientes a minorías y las de los pueblos autóctonos”

Incluso si fuera verdad (que no lo es) lo de esas mayorías que el Sr. ministro percibe contra los toros, sería irrelevante, porque las expresiones culturales no se pueden prohibir, señalar o restringir. Son, de hecho, exquisitos bienes de toda la Humanidad y, por eso, es preciso fomentarlas, conservarlas, mejorarlas, defenderlas y promoverlas tal y como recogen los tratados internacionales, nuestra Constitución y nuestras leyes.

El debate, por tanto, va más allá de la defensa de la Tauromaquia, expresión cultural viva que no la necesita. Trata, en realidad, de la defensa de las tradiciones culturales de un pueblo al que un gobernante quiere imponer qué es cultura y qué no en función de sus gustos.

Urtasun, que no pasa de picador torpe, anda sin embargo en una faena mayor, que es la de eliminar nuestras costumbres para crear una sociedad más manejable, sin arraigo y desposeída de ese sentimiento de comunidad que lleva siglos formándose y que, paradójicamente, sólo consigue espolear cuando reafirma su querencia ideológica.

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