Fernando Alvira Banzo

Una de techos

Profesor y pintor
22 de Octubre de 2023
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Los perniciosos años setenta del pasado siglo, que poblaron las ciudades de construcciones anodinas tirando a feas y derribaron edificios de valor sin excesivos miramientos dejaron el casco antiguo de la capital altoaragonesa convertido en un auténtico gruyere y lo pasaron a la categoría de casco viejo, sin más. Los pocos edificios singulares que no corrieron peligro de derribo dado que su edad se contaba en siglos aparecen en el entramado urbano como islas rodeadas de derribos más o menos contenidos.

Se han oído voces proclamando que la ciudad no tiene más remedio que recurrir a contar lo mucho que se puede contar de la Huesca que ha presidido de siempre la comarca de los somontanos de Gratal y Guara y su extensa hoya. Porque enseñar, lo que se dice enseñar… Museo, Catedral y diocesano, convento de la Asunción, san Pedro y varios “aquí hubo”…

Los recorridos oficiales que se ofrecen a los grupos de turistas se completan hoy con la obligada visita a la tienda de ultramarinos más antigua de España según unos o de Europa según otros: la Confianza.

Puestos a buscar alternativas, llevo tiempo dándole vueltas a un recorrido que podría resultar de interés para quienes se planten lo que últimamente se conoce como turismo cultural. La visita sería una de techos, que los hay para disfrutar bastante rato.

Podría iniciarse en el salón del Tanto Monta dentro del Museo diocesano (pese a que no puede definirse precisamente como entrante sino que habría de tenerse como plato principal…) y sugeriría a los posibles guías que lean lo que han escrito sobre el asunto Ana Carrascón, Celia Fontana, Antonio Naval o Carlos Garcés; es bueno conocer lo que se ha investigado más allá de los folletos de las oficinas de turismo. El alfarje del salón catedralicio es simplemente majestuoso y más que palabras precisa miradas.

El segundo de los techos, en el antiguo salón de plenos del palacio municipal, es obra del que fuera catedrático de dibujo de los institutos de Huesca y Córdoba en la segunda mitad del XIX, León Abadías. Contó en esos fatídicos años setenta a los que me he referido al comienzo con un repinte glorioso que dejó sobre el yeso bastante poco de lo que Abadías había trazado en el techo. Pero puede darnos una idea de lo que debía ser el que realizó también en su juventud para el salón de la Diputación, desaparecido lo poco que se conservaba con el antiguo edificio.

El tercero vuelve a ser del catedrático que se negó a jurar la constitución y fue separado de su cargo, momento que aprovechó para convertirse durante cuatro años en dibujante de campo del rey Carlos en la tercera de las guerras que tomaron su nombre: León Abadías. El techo de la Confianza es una de las pinturas más visitadas de la ciudad, si no la que más, y ha comenzado a ser restaurado (limpiado) con el apoyo de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis. Manuel García Guatas hizo una minuciosa descripción de su contenido en el libro Comer en Huesca de José Manuel Porquet. Imprescindible de igual manera para los posibles guías turísticos.

Un cuarto techo, el alfarje mudéjar recuperado con la remodelación del Palacio de Villahermosa, en la plaza de Guara, vuelve a llevarnos a siglos pasados y convendrá en este caso que quien quiera dar las correspondientes explicaciones lea de nuevo a Carlos Garcés y a Celia Fontana.

Volvería el visitante a la más rabiosa actualidad con el quinto de los techos que cerraría el paseo ciudadano: los doscientos metros cuadrados de Elegía en el zaguán de acceso al salón de actos de la Diputación que pintara Antonio Saura en los años ochenta. Una pieza de características poco habituales en la manera del pintor oscense pero que ha llevado el nombre de la ciudad por todo el mundo en cada una de las incontables publicaciones que han aparecido desde el momento en el que quedó colocado en el espacio que lleva su nombre. Un espacio que habría que recomendar a todos los guías presentes y futuros para incluir en sus recorridos dado que el oscense es considerado universalmente como pieza fundamental de la teoría y la práctica de la pintura española del siglo XX.

En este último caso mi recomendación para quien deba explicarlo serían los textos del propio Antonio Saura que nos dejó hace veinticinco años pero que sigue presente en su ciudad gracias sobre todo a esa pieza  hermosa que es la gran desconocida en ese hipotético recorrido por los techos de la vieja ciudad.

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