Eduardo Pérez Barrau

Telesillas, microchips y alternativas laborales en el Pirineo

23 de Febrero de 2023
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Va a ser todo un reto labrarse una carrera profesional en el Pirineo al margen del sector turístico. La especialización económica en torno al turismo de montaña impulsada por el Gobierno de Aragón lleva camino de erradicar de la geografía pirenaica lo poco que queda de otros sectores empresariales. Una consecuencia indeseada de la política autonómica que sufrirán especialmente aquellos jóvenes que tengan entre sus planes trabajar en las comarcas de montaña. Esta perspectiva negativa del mercado de trabajo nace de la confusión en la que caen nuestros representantes políticos cuando hablan de las oportunidades laborales y que, a diferencia de lo que se suelen pensar, no consisten tanto en el hecho de poder acceder a un puesto de trabajo como en la posibilidad de elegir entre una amplia gama de opciones de los más variados sectores productivos que componen una economía. Es de esta manera, con un tejido empresarial diversificado, como se pueden canalizar los intereses particulares de los trabajadores hacia aquellas actividades económicas que logran satisfacerlos.

No está entre las prioridades del gobierno autonómico el cumplimiento de este principio de la teoría económica cuando elabora las políticas dirigidas al Pirineo. Una postura política que ha llevado a los valles pirenaicos a tener una de las economías más desequilibradas de entre las regiones turísticas españolas. Viene a agravar esta realidad el hecho de que los centros industriales y de servicios que pueden amortiguan esta especialización en el turismo, más allá de Sabiñánigo y Jaca, están demasiado alejados para complementar la oferta empresarial de los territorios de montaña. Esta estructura productiva supone para los jóvenes montañeses un techo laboral infranqueable que seguirá expulsándolos de su entorno, ya desde la etapa formativa y posteriormente en la vida laboral.

Algo falla en un modelo de desarrollo cuando se “invita” a emigrar a una parte fundamental de la sociedad como es la juventud más formada. Este vacío que dejan los jóvenes descapitaliza a los pueblos de montaña abocándolos a un más de lo mismo, a una rueda económica que gira con cada temporada turística pero que acaba frenando con el tiempo las expectativas sociales de los territorios más dependientes de una única fuente de recursos.

Convive esta problemática con unas altas tasas de empleo en las comarcas pirenaicas. Es la otra cara del modelo económico. Sin embargo, esta estadística maquilla un mercado laboral caracterizado por una oferta limitada a perfiles profesionales relacionados con las actividades turísticas y el hecho de que muchos jóvenes, al no encajar en ese tipo de especialización económica y de estructura laboral, se ven en la obligación de hacer las maletas y partir a otros destinos con mejores ocupaciones.

El epítome de este modelo de desarrollo es la pretendida unión de las estaciones de esquí de Astún y Formigal. Un proyecto de financiación pública que ahonda en la estrategia basada en el monocultivo turístico y que ignora en su ejecución la obligada conservación de un ecosistema de alto valor natural. Conocemos de antemano el resultado de esta inversión en los valles del Aragón y de Tena: más estacionalización turística y menos diversificación empresarial. Unos efectos que los mismos promotores del proyecto cuestionarán -paradojas de la política aragonesa- cuando sean interpelados por las consecuencias nocivas para una economía de poner todos los huevos en la misma cesta. Pero es que hay más. Destinar gran parte de los fondos públicos disponibles a una iniciativa de estas características no va resultar gratis para el territorio y el motivo es que tendremos que sufragar con impuestos parte de la construcción de esta infraestructura. Este coste, no obstante, es la menor de las cargas para la economía pirenaica. La hipoteca principal, y es este es otro principio económico ignorado por el gobierno autonómico, es que el destino comprometido de estos recursos públicos conlleva un coste de oportunidad que pagarán otras alternativas empresariales al no llegar a ver la luz por la falta de financiación y de apoyo político para salir adelante.

No tiene la culpa el sector de la nieve, ni el turismo pirenaico en general, de la falta de ideas del gobierno aragonés respecto a las comarcas pirenaicas. Bien conocida es la contribución positiva de las estaciones de esquí a las economías de los valles donde están emplazadas durante los meses de invierno. Pero esta estrategia de telesillas y telecabinas no va a solucionar los problemas estructurales que arrastra la economía del Pirineo, problemas que no son de ahora pero que cada año son más acuciantes, y que tienen su origen en la incapacidad de compatibilizar este modelo turístico con otras alternativas que abran el abanico a nuevas empresas de otros sectores económicos. Este es el verdadero drama de la montaña: no hay ideas nuevas que complementen y completen un modelo de desarrollo cuyos beneficios no llegan a todo el mundo, ni tampoco incentivos políticos para ensayar otras iniciativas públicas cuyo éxito se ha demostrado viable en otras montañas, de otras cordilleras.

Ante este modelo económico, los jóvenes con mejor formación y los pobladores recién llegados buscando el edén en las montañas van a enfrentarse al mismo desafío vital: cómo poder sacar provecho a una formación y a una experiencia que tan apenas tiene salidas profesionales en los pueblos de la montaña. Desgraciadamente, la respuesta a esta inquietud laboral sólo puede incluir una alta dosis de frustración y un billete de ida a la ciudad.

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