Eduardo Pérez Barrau

Un trasvase de demagogia

02 de Febrero de 2024
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Eduardo Pérez Barrau
Eduardo Pérez Barrau

El trasvase del Ebro vuelve a acaparar la atención informativa en Aragón y en media España. Los periódicos se llenan con declaraciones institucionales y comunicados de prensa, y las opiniones políticas de cualquier signo inundan las conversaciones de café y las redes sociales. Los políticos apelan al discurso emocional de la solidaridad territorial con el propósito de ganarse la voluntad del ciudadano y doblegar la resistencia del vecino; entre tanto, los partidos políticos vislumbran en esta nueva batalla por el Ebro una oportunidad de oro para sus propios intereses. El populismo regresa, si es que alguna vez se fue, prometiendo el agua que la sequía nos ha arrebatado.

Mientras los partidarios del trasvase realizan estimaciones acerca de las necesidades de agua para sus respectivos territorios, la comunidad científica advierte sobre la progresiva reducción del agua en los ríos y la escasez de nieve en las montañas. La abrumadora evidencia científica respecto a la disminución de las aportaciones hídricas se perfila como un desafío de primer orden para la gestión del agua en nuestro país. Esta disminución de las disponibilidades de agua constituye la principal razón por la cual se plantean continuamente trasvases desde las áreas “excedentarias” hacia las “deficitarias” y el argumento principal que azuza la actual discordia política.

Los trasvases no son la solución al problema de la sequía que asola gran parte de país. La sequía, con trasferencia de agua o sin ella, va a seguir entre nosotros debido a la singularidad de nuestro clima mediterráneo, además su impacto será cada vez más severo a consecuencia de la multiplicación de los fenómenos meteorológicos extremos. La política, ante este escenario de necesidad, pretende decidir, echando mano del recurso del trasvase, que territorios pueden disponer de más agua y cuales de menos; que es lo mismo que tener que escoger que zona tiene que padecer la sequía y que zona la puede evitar, o donde se debe exportar el agua y de donde importar la sed.

Quienes observen los embalses al final del verano notarán que llegado el mes de octubre la disponibilidad de agua se reduce a cero. Ampliar los usos económicos del agua no parece ser la opción más sensata, no solo más allá de la cuenca hidrográfica mediante trasvases, sino también dentro de los límites regados por el Ebro. La alternativa basada en una mayor regulación de los ríos también presenta limitaciones, fundamentalmente medioambientales, y a menos que se presente una época muy lluviosa que recargue los acuíferos tampoco se puede garantizar ese volumen extra necesario para los nuevos compromisos. En todo caso, la experiencia de estos últimos años corrobora que cuando hay agua disponible se consume en su totalidad.

El problema de la escasez de agua alcanza una especial gravedad cuando se convierte en una cuestión de naturaleza política. Desde la economía y la ecología se han hecho innumerables aportaciones científicas y técnicas para hacer compatibles todos los usos actuales y futuros del agua, pero sin mucha repercusión en los despachos. No vienen, por tanto, del campo de la ciencia los problemas. Lo que sucede realmente es que estamos inmersos en una confrontación política donde la sequía actúa como detonante y los errores en la gestión de los recursos hídricos sirven de acelerante. Pensemos en la falta de previsión del gobierno catalán para asegurar el suministro de agua de boca al Gran Barcelona, el clima político borrascoso entre las distintas administraciones territoriales o los comportamientos oportunistas de los gobiernos autonómicos del Levante. Todos estos factores, y otros muchos, están contribuyendo para que la transferencia de agua a otros territorios sea una realidad plausible en una fecha no muy lejana.

Pase lo que pase con la decisión de trasvasar caudales del Ebro a otras cuencas hidrográficas, el rechazo social y el escándalo político está servido. En estas circunstancias, y tal como ha ocurrido en ocasiones anteriores, la forma de neutralizar esta amenaza y templar los ánimos es rogar para que lleguen cuanto antes las lluvias.

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